lunes, 22 de junio de 2015

MARTHA. MÚSICA PARA EL RECUERDO, LIBRO PARA EL OLVIDO

Caigo a veces en el blog del periodista musical Fernando Navarro y viajo por sus rutas de la música norteamericana. Tenemos coincidencias, compartimos gustos. Esa fue la razón por la que entré en su primera novela, publicada hace unos meses por la editorial 66 rpm, cuyo catálogo se detiene en variadas e interesantes experiencias musicales. Leer en cambio Martha. Música para el recuerdo me ha proporcionado decepción y sonrojo.

La propuesta tiene teóricos atractivos y ofrece calamidades prácticas. Seduce que sepas que la historia arranca con el accidente mortal de una joven que el narrador empieza a recordar: se trata de una chica especial, demasiado especial, de esas que te enseñan a descubrirte sin saber ellas quienes son realmente, de las que idolatras y con las que nunca te llegas a acostar. Gracias a Marta el protagonista/autor (que precisamente es periodista musical) crece, se va conociendo, ama, experimenta, trabaja, se asienta y sigue hecho un lío. Es fácil verse en su pellejo, todos hemos pasado por alguna de sus etapas, o todas. Hay recuerdos de veranos en la sierra madrileña, de amigos, broncas, chicas y sobre todo música: el rock and roll (desde Extremoduro y Los Rodriguez a Wilco y Tom Waits pasando por Van Morrison y Bruce Springsteen) que atrapa al autor y le hace comprender el mundo o al menos hacerlo más llevadero.

Pero las 269 interminables páginas de Martha no son más que una sucesión de añoranzas escritas en el diario de un adolescente iniciado hace mucho tiempo en el que se repiten las juergas, los encuentros, las descripciones, las relaciones y los problemas. El autor reitera cada tres párrafos que la tal Marta era dulce, delicada, diferente, enigmática, solitaria, bondadosa… y que le gustaba leer, sola y a veces poesía. El autor machaca una y otra vez que no hace más que acordarse de ella, que quiere estar con ella a todas horas… pero nunca le dice “te amo”. El autor no comprende aún que no es necesario que a cada nombre tenga que acompañarle un calificativo (muchas veces el más inapropiado, por cursi o por el simple empeño en no repetir adjetivo). El autor –sí, vale el rock and roll es nuestra religión y es lo más grande que hay- machaca referencias a Astral weeks y Born to run o determinadas canciones de Los Rodríguez, The Beach Boys o Tom Waits.

Cierto, la música va con nosotros y solo cada uno puede explicarla. Y entenderla, aunque lleguemos quienes tanto la consumimos a un punto de saturación y cierta insensibilidad. Seguiré leyendo a Navarro en su blog y en algunos medios donde colabora. Espero que si publica otra novela supere notablemente a la primera.

sábado, 13 de junio de 2015

VERGONZOSO MURAKAMI



Escribir es natural. Escribir para nosotros y sobre nosotros es una necesidad que surge sin avisar. Escribir un libro es más que un logro, es una proeza. Quiero creerlo. Por eso cada libro merece como poco mi respeto, incluso los que no me gustan, aquellos que nadie compra, nadie coge en una biblioteca y nadie lee. Libros flojos, torpes, absurdos, complejos, malos… piden ser terminados. A veces también piden ser arrojados al mar o al fuego. Lo he deseado dos veces con Murakami. No volveré a abrir sus páginas, podría hacerlo. Cuesta creer que su mística sensibilidad y su universo caprichoso de personajes tristes y aislados haya sido (dicen… ¿quién lo dice?) candidato en los últimos años a las más altas distinciones literarias, incluido el Premio Nobel. Un insulto. Un disparate. Hubo un tiempo en que todo el mundo recomendaba dejarse atrapar por la emoción juvenil de Tokio Blues. Caí en la tentación y entré en el libro: facilón, cursi, blando, ñoño, ridículo. Mucho tiempo después, sin ganas reales de volver a Haruki Murakami pero dedicándole una nueva oportunidad, a esos adjetivos le añado los de bochornoso y vergonzoso al terminar de leer Sputnik, mi amor. Hasta nunca tío.