miércoles, 22 de junio de 2016

FUNNY HORNBY

Cuán sano, ameno, nostálgico y sobre todo entretenido es dejarse llevar por las novelas de Nick Hornby. No necesita elogios de la erudición ni favores del elitismo para reafirmarse (confirmárseme a mí) como un excelente escritor. Obras como Alta fidelidad o Juliet, desnuda, dos de sus trabajos más musicales, no tienen caducidad en el catálogo de mis/nuestras emociones. Su huella ha convertido a Hornby en un autor imprescindible.

Funny girl, recién publicada por Anagrama, es su más reciente trabajo. No me parece el más redondo, pero encuentro, y disfruto, las delicias imperecederas que emanan de las ficciones de Hornby: frágil inocencia, deleite de un oficio y pasión por la creatividad son algunas de ellas. Barbara deja el norte y llega a Londres a mediados de los años sesenta para convertirse en la encantadora estrella de una serie de televisión; las personas que la rodean (actores, guionistas, productores, agentes), cada uno con sus fuerzas y abatimientos, guiarán a Barbara (y a nosotros los lectores) por los raíles del éxito, de los cambios generacionales, del amor y de la vida misma a través de los platós de televisión, los guiones y las incertezas del ser humano.

lunes, 6 de junio de 2016

DE FICCIONES Y REALIDADES. OONA, SALINGER Y BEIGBEDER

Debo inclinarme ante Frédéric Beigbeder por su emocionante imaginación, por el cariño honrado y a la vez atrevido, sin imposturas, que profesa a un ángel de irresistible adoración y a un guerrero herido. En Oona y Salinger, el escritor francés maneja la breve relación real que mantuvieron Oona O’Neill y Jerry Salinger (años antes de ser J. D. Salinger y ocultarse al mundo) para crear una ficción confundida con la veracidad, tan juguetona y tan creíble al mismo tiempo, que hace pensar que los hechos ocurrieron verdaderamente así. O no. O casi.

Oona y Jerry se conocieron a comienzos de los años 40 en Nueva York, fueron amigos íntimos y se quisieron en la castidad con un mundo de diferencias entre sus formas de ser hasta que la guerra los separó: ella conoció a Charlie Chaplin, se casó con él y le dio ocho hijos hasta la muerte del genio; él se alistó en el ejército, participó en el desembarco de Normandía, regresó trastornado con los horrores que presenció, escribió una obra maestra, El guardián entre el centeno, y se refugió en la incomunicación.

La obra de Beigbeder (expublicista, periodista y cronista de la noche parisina, de quien me había decepcionado hace años El amor dura tres años) se apoya en biografías y documentos verídicos para inventar, con una credibilidad aplastante, las conversaciones que existieron entre Jerry y Oona y nadie escuchó y las cartas que él le envió cuando ya se habían separado y a las que los custodios de los legados de ambos, como era de esperar, no permitieron su acceso. Beigbeder acompaña a Salinger en el frente y a Oona en la vejez de Chaplin, y en su experimento cada voltereta le sale perfecta, sobre el alambre del amor y la falta de amor, de los encuentros y alejamientos de la vida.