domingo, 23 de octubre de 2016

ESCRIBIR PARA NADIE


¿Tú eres escritor?, me preguntaron hace poco. Bueno, sí, escribo todos los días, respondí. Porque trabajo en la redacción de un periódico, en una sección en la que a diario hay que buscar noticias, cubrir anuncios, hacer entrevistas y obtener datos para dar forma escrita a artículos y reportajes. Así que sí, soy escritor. No de literatura (salvo la que reposa algo celosa en mis cajones cerrados, que sí considero literatura), pero sí he convertido la escritura en una forma de vida, una vía como cualquier otra con la que presto un servicio (todavía no sé si útil o no) al ciudadano.


El caso es que esta semana me encargaron un reportaje a tres páginas sobre un asunto que, aunque estuvo estos días de actualidad y causó cierta polémica a nivel local y comarcal (los intereses políticos afearon una elogiosa declaración de intenciones por el bien de los vecinos), desde el primer día sabíamos (tanto yo como quienes me lo encomendaron) que apenas iba a ser leído el día de su publicación, el domingo; vamos, que si aún quedan lectores de periódico era poco probable que invirtieran un cuarto de hora del domingo en leerse el rollo genérico este que tanto lío ha provocado estos días. Tuve poco tiempo para recopilar información, leerla, condensarla, resumirla y dar forma a un reportaje lo más atractivo posible, un ejercicio periodístico entre los muchos que he hecho hasta la fecha que, en este caso, me produjo tanto hartazgo como frustración.


Toda esta historia para desahogarme en la libertad de estas pocas líneas. Para sobrellevar las decepciones que un trabajo que tantas veces me ha apasionado me deprime de un tiempo a esta parte. Que, en su irrefrenable evolución tecnológica hacia un futuro competitivo que lo distancia de sus fines originales, está maltratando mi relación diaria con la escritura.

miércoles, 19 de octubre de 2016

CRÍMENES. LA ELASTICIDAD DE LA JUSTICIA



¿Cómo de grave es el daño como para penar con severidad un crimen? ¿Merecen condena aquellos criminales que han cometido un delito empujados por fuerzas desesperantes ante situaciones personales insostenibles? Son solo dos preguntas entre las muchas que sugieren los once casos reales narrados por Ferdinand von Schirach en su primer libro, Crímenes. El jurista alemán (conocía su obra y no había leído nada hasta ahora) es un agudo y eficaz narrador. Recrea con concisión, con el rigor de un buen reportaje periodístico y la distancia justa para no juzgar los hechos, un manojo de casos que pasaron por su despacho. Fueron crímenes brutales, salvajes, macabros o incluso intentos que no acabaron en crímenes por poco; y sus autores (los que clavaron el puñal o los que fueron acusados de haberlo hecho sin que hubiera pruebas del todo evidentes) se vieron arrastrados a acciones violentas heredadas de su entorno o forzadas por el capricho de las circunstancias. En todos, la complejidad para extraer un veredicto pone de manifiesto lo resbaladizo que es interpretar los actos de los hombres cuando se someten a la Justicia, tantas veces ajena a la miserable fragilidad del ser humano.

viernes, 14 de octubre de 2016

LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE. ARENAS MOVEDIZAS

"Nunca es demasiado tarde para nada. Todo es posible todavía."

No me atrevía a entrar en este libro. Debilidades de la salud y graves amenazas en los diagnósticos me echaban atrás, me impedían compartir los últimos pensamientos de Henning Mankell, recuerdos viejos, nuevos, no tan nuevos y no tan viejos que arrojó el novelista y dramaturgo sueco a las páginas de estas Arenas movedizas poco después de descubrir que un cáncer no tardaría mucho en llevárselo. Resistió más de un año y medio, tiempo en el que armó esta terapia íntima, sin orden, caprichosa y efectiva, conmovedora muchas veces, en la que la vida y la muerte discurren unidas a lo largo del último paseo.

Aquellas amenazas, otro cáncer, nos trajeron una pésima noticia y de algún modo curativo y ya valiente me vi preparado para las arenas en las que Mankell se dejaba llevar con entereza y nostalgia en el viaje final. El autor vuelve a todas aquellas vivencias que formaron su personalidad, a momentos en los que pasó mucho miedo y pasiones de inmensa alegría, a reflexiones sobre la fragilidad de la vida, la inviolabilidad del tiempo y las huellas que dejamos. Por todos los continentes, con anécdotas cautivadoras, divertidas, entrañables o terribles, y el purificador hormigueo de que la vida es un milagro indefinible que no debemos desaprovechar. En paz se marchó, seguramente con una vida plena y satisfecha.

"En el fondo el hecho de ser es una tragedia. Nos pasamos la vida tratando de ampliar el conocimiento, el saber, las experiencias. Pero al final todo se perderá en una nada."

domingo, 2 de octubre de 2016

LA CURIOSIDAD Y LA HISTORIA. EL PAÍS DEL AGUA

Navegamos durante semanas, meses, sobre las olas cambiantes de una historia, de varias historias que conducen todas a una. No es una travesía tan larga como para que lleve tanto tiempo cubrirla y llegar a puerto, pero sí tiene sus marejadas, sus brújulas averiadas, un desconcierto que enlaza y entrelaza caminos. El libro es denso y curvado, por momentos diríamos que agotador, otras veces lo sentimos fascinante. Siempre, de algún modo extraño y caprichoso (y escrupulosamente conmovedor), nos parece prodigioso. A veces me dejo llevar más tiempo del habitual por una novela compleja y larga (bueno, 300 páginas en letra pequeña) sin saber bien cómo digerirla.

Leemos decir de El país del agua que es una de las novelas más celebradas de la literatura inglesa de la segunda mitad del siglo pasado. Su autor, Graham Swift, ganó el premio Booker por otra de sus obras, Últimos tragos, aunque parecen concentrarse en Waterland (1983) muchas cualidades merecedores de elogios y galardones mayores. Stephen Gyllenhaal la llevó al cine diez años después con Jeremy Irons encabezando el reparto en una versión que, creo recordar, poco me gustó.

Si no perdemos la curiosidad por conocer, seremos testigos y aprendices de la historia, proclama el autor. Y en la historia y las historias se recrea con diversión, placer y amplitud (lenguaje prolijo, enredos expresivos, numerosas acotaciones y paréntesis, puntos suspensivos, saltos temporales, discursos interrumpidos…) Swift en el marco asfixiante de las húmedas tierras de East Anglia. ¿Para qué? Para defender el peso de la historia, de las tradiciones contadas (lo que se dice y lo que se calla) durante generaciones y explorar con precisión una ardua trama dramática en la que el amor, el incesto, la fe, la soledad, la incomprensión y la enseñanza componen una historia de las que reposan rumiando tiempo después de cerrar el libro.