miércoles, 29 de noviembre de 2017

DE CRIADAS Y SEÑORES. EL CUENTO DE MARGARET ATWOOD

Allá por los años noventa del siglo pasado (qué lejos se ven aquellos días de floreada inocencia), con poco más de 20 años, descubrí la distopía que me llevaba a un terrorífico 1984, un relato de anulación de la voluntad humana que me impactó profundamente. Orwell y el Gran Hermano, el miedo a que la autoridad conozca y domine nuestros pensamientos. Algún que otro mundo insano y cruel, cuya aparente irrealidad no debía ser ignorada, pasó por mis manos desde entonces, hasta que por fin he leído uno de esos libros similares a los que tenía muchas ganas: El cuento de la criada, de Margaret Atwood, actualizado gracias a una exitosa serie de televisión.
 
El mundo que Atwood predice en esta novela deslumbrante es un desolador paraje de frialdad humana en el que se ejecuta a los disidentes y a quienes vulneren la aséptica naturaleza de puritanismo extremo y donde las mujeres han sido retenidas y controladas con la única función de reproducir para las clases dominantes. Su narradora, uno de esos vientres cubiertos de rojo, recuerda tenues fragmentos de su vida anterior, se atreve a jugar en el límite de las estrictas normas de poder y anhela continuamente las emociones que le causaban las antiguas sensaciones, fugaces reflejos de una vida perdida. Atwood es tan brillante en sus ejercicios narrativos como desalmada en sus desenlaces, y en cuanto cede un poco a la esperanza cierra la puerta de golpe para aplastarla en un mundo que imaginó capaz de despreciar la naturaleza emocional del ser humano. Me niego a creer que algún día podamos acabar así, pero no estoy seguro del todo.
 

domingo, 19 de noviembre de 2017

UNA LIBRERÍA SIN ALMA



Me conformaba con una evasión ligera que como poco reforzase nuestra pasión por la lectura y la adicción a las librerías, que realzase el encantamiento entrañable de los templos del conocimiento y la imaginación. Pero no. La librería, última película de Isabel Coixet, no transmite devoción ni apasionamiento por los libros. No basta con enfocar las manos de la protagonista acariciando ejemplares o encadenar planos en los que lee absorta sin despegar la vista de las páginas a la luz de la lámpara de noche. Parece haberse quedado con las ganas, estancada por una incapacidad que la convierte en una película muy discreta.


No he leído la novela de Penelope Fitzgerald adaptada por Coixet para su film, por lo que no puedo comparar las dos obras al desconocer si de las páginas emana la atracción librera que sugiere su argumento: la aventura de una joven viuda, con sus complicaciones y rechazos populares, por abrir una librería en un pequeño pueblo de la costa inglesa. El costumbrismo que irradia de la historia se estropea en la película, cansina de metraje y coja de ritmo, incapaz de extraer carisma de ninguno de sus personajes.


Acabada la proyección, me sumerjo en la distopía de Margaret Atwood.