Lo que a mí me transmite Tweedy es la indisimulada autenticidad de un hombre común, un tipo más bien débil al que no le cuesta reconocerlo. Están muy bien explicadas sus relaciones musicales más significativas y a la vez traumáticas: con el gélido y difícil Jay Farrar mientras compartió el liderazgo de Uncle Tupelo y con Jay Bennett, malabarista malogrado de la primera etapa de Wilco. Gusta acercarse al músico, a Tweedy, para tratar de entender cómo y por qué la música le pone en marcha para disfrutar y componer, para jugar y experimentar. En su faceta de autobiógrafo, el líder de Wilco huye de las truculencias y se arrima a la familia bajo una fina capa de melancolía. Lo dicho, la lectura te envía de golpe a los discos de Wilco y de regreso a Impossible Germany, A shot in the arm, Art of almost, One wing, Should’ve been in love, How to fight loneliness, Shake it off, At least is what you’d said… Crees que son la mejor banda del planeta. O casi.
martes, 14 de julio de 2020
TWEEDY, ETC
Es de agradecer que se esquiven los lugares comunes a la
hora de exhibirse y desnudarse en una autobiografía. O que se pase por ellos
con la memoria afinada para extraer lo verdaderamente relevante, sin la
gravedad viciosa de agrandar la trascendencia de los momentos decisivos de una
existencia. El tono es clave para triunfar, bajo mi punto de vista; conviene ser
selectivo, no querer abarcarlo todo y dar cuenta de cualquier lejano recuerdo
que no haya dejado una huella vital; y es bueno tener a mano dosis de buen
humor para ser y parecer cercano al lector, para conseguir que si te gusta un
músico, por ejemplo, te guste todavía más después de que te haya contado unas
cuantas partes de su vida. Creo que eso ha hecho Jeff Tweedy en Vámonos (para
poder volver), libro editado por Sexto Piso. Puede ocurrir, como a mí me ha
pasado, que después de su lectura, Jeff te caiga mucho mejor, y que Wilco, a
quienes volverás a repasar en algunas de sus entregas, te parezca una banda todavía
superior a lo que crees.
lunes, 27 de abril de 2020
¿VAS A TOCAR UN LIBRO?
¿Vas a tocar un libro antes de comprarlo? ¿Vas a tocar un libro que quizá puedas comprar pero que vas a acabar devolviendo a la estantería para seguir buscando (y tocando y abriendo) otro? Nos preguntábamos esto hoy en una conversación. Al otro lado del teléfono me hablaba una librera veterana de la ciudad, con la tienda cerrada desde hace más de un mes. Me contaba sus preocupaciones y lamentaba sobre todo (quizá más que las devoluciones, que la merma de clientes, que el desinterés por comprar libros cuando salgamos a la calle de nuevo con menos dinero) que su librería dejase de ser un lugar de encuentro y charla, que autores y novelas dejasen de flotar entre palabras con un café en las manos y el tiempo a nuestro favor para pasar buena parte de la mañana o de la tarde. Y nos intrigaba saber si los expertos, dentro de una o dos semanas o uno o dos meses, nos iban a pedir que por favor evitásemos riesgos de contagios de este dichoso virus que nos va a cambiar a todos tocando los libros que no fuésemos a comprar cuando vayamos a una librería; que no los abriésemos para ver las ilustraciones; que comprásemos a ciegas sin echar un vistazo a cómo empieza el libro o a uno o dos párrafos escogidos al azar; que no acercásemos nuestras peligrosas caras al papel y evitemos cualquier íntimo contacto con los libros. De verdad, ¿vas a tocar un libro la próxima vez que entres en una librería aunque sepas que no lo vas a comprar?
miércoles, 22 de abril de 2020
BESOS ENTRE LAS PÁGINAS (UN PEQUEÑO RELATO EN EL DÍA DEL LIBRO)
Podríamos
haberlos tenido en casa. Los habría traído el servicio de reparto
protegidos por un cartón y le habríamos puesto la firma a un recibo
de entrega. Dentro del paquete habría un libro, dos libros. Los
acogería en cambio como libros ilegítimos, lecturas próximas que
no habríamos elegido en nuestras librerías, ni palpado ni imaginado
lo que contaban hasta convencernos de que eran la elección correcta.
Begoña no me habría preguntado qué tipo de libro andaba buscando,
Alejandra no me habría sugerido los que a ella más le habían
gustado, Eva no pensaría que a mí me podría gustar aquel libro y a
ti, por lo que has comprado otras veces, te podría atraer aquel
otro.
Si
no nos tuviéramos el uno al otro seguiríamos regalándonos libros
cada año al llegar a esta fecha, pero no tendrían dedicatoria ni
habrían pasado por el proceso de búsqueda, corazonada o intuición,
elección y expectación en los límites íntimos de una librería.
Sería un ritual incompleto que terminaría allí, al recibir de la
librera el libro envuelto en papel de regalo o en una bolsa; una
tradición para nosotros mismos, sin la recompensa posterior de la
satisfacción que supone ofrecer un poco de uno para el otro.
Pero
el caso es que nos tenemos, aquí estamos y aquí seguimos,
hilvanados de algún modo difuso por las lecturas que forman parte de
nuestros días. Yo leo a todas horas porque si no lo hago me siento
vacío; no me importa lo que pase por mis manos, todo me ofrece algo
de interés o aprendizaje, un conocimiento sin el cual podría seguir
con la sensación de que en otras adicciones obtendría un parecido
bienestar, pero que siempre concibo como algo más que una
distracción enriquecedora. Ella no lee tanto como cuando empezamos a
dedicar este día a comprarnos libros, tiene sus razones y
circunstancias y las comprendo, aunque suelo deslizar con frecuencia
el atractivo de una historia o la mención a un autor, cuando no la
sugerencia a invertir el tiempo libre a no dejar una lectura sin
avanzar, para alimentar la esperanza de que se vuelva a enganchar a
los libros.
Hoy
no hay libros nuevos en casa. No importa, aún nos quedan demasiados
por abrir que esperan de otros meses, de otros años, de madrugadas
largas y mañanas soleadas, testigos de una vida en la que nos
tenemos desde un Día del Libro distinto en el que empezamos a
leernos por fuera y por dentro.
martes, 24 de marzo de 2020
ROCK CONTADO Y LEÍDO
Enfoquemos
la música que más nos gusta a través de un par de libros. Uno, historia
oral, cuenta en la voz de unos 250 testimonios el origen, el auge y el
modo en que se fue consumiendo la movida musical de Seattle en las
décadas de los ochenta y noventa, aquello que puso apellido (grunge) al
rock duro surgido de una lluviosa y anodina ciudad del noroeste de los
Estados Unidos. Otro, un híbrido de ensayo y memorias, ubica en la
aridez apartada de Dakota del Norte, anclada en las monótonas
tradiciones rurales, la pasión de su autor por el heavy metal de los
ochenta. Historia y sentimiento al servicio de rock.
Todo el mundo adora nuestra ciudad es el laborioso resultado de recopilar entrevistas con recuerdos de aquello que dio forma y sentido al rock de Seattle bautizado como grunge. Aquí se explica por qué de allí creció una ola musical que captó la atención de todo el mundo hasta que la burbuja de su popularidad y la fiebre de su éxito estallaron para romperse en pedazos y causar daños irreparables a la mayoría de los miembros de su comunidad. El periodista Mark Yarm es su esmerado autor. Ante su grabadora hablan componentes de bandas, promotores musicales, managers, críticos musicales, amigos de músicos o novias para trazar una cronología meticulosa de la gloria y el declive de los diversos protagonistas de Seattle y de aquella movida en su conjunto, de Green River a Pearl Jam, de Mudhoney a Nirvana, de Tad a Screaming Trees... A casi todos aquellos tipos les costó digerir que los focos los apuntaran y que el desalmado circo del rock, con sus contratos tramposos, sus caprichos, sus manipuladores sin escrúpulos y sus drogas, les hiciera salir indemnes de la aventura.
Fargo Rock City es la reunión de entretenidísimas reflexiones de otro periodista, Chuck Klosterman, sobre su devoción por el heavy metal desde que estudiaba Secundaria en un pequeño pueblo donde la música era quizá la última de las distracciones. Pero el pequeño Chuck quedó fascinado por aquellas guitarras de fuego, el cuero apretado, los cardados imposibles, las chicas de vicio en los videoclips y el grito de chulería que un amplio puñado de bandas proferían para conquistar el mundo en los años ochenta. Del glam rock al heavy metal, de Mötley Crüe a Iron Maiden, de Lita Ford a Ozzy Osbourne, de 1984 a Appetite for destruction. Precisas y divertidas cada una de las reseñas, breves o largas, de los álbumes y artistas mencionados, textos que dan en el clavo sobre la huella que dejaron en el género músicos y álbumes y el peso (y la justicia) que tuvieron en los resortes de la cultura musical. Imprescindible libro para cualquier melómano, aunque no seas de los de agitar la melena y abrir las piernas para tirarte a tu guitarra.
Todo el mundo adora nuestra ciudad es el laborioso resultado de recopilar entrevistas con recuerdos de aquello que dio forma y sentido al rock de Seattle bautizado como grunge. Aquí se explica por qué de allí creció una ola musical que captó la atención de todo el mundo hasta que la burbuja de su popularidad y la fiebre de su éxito estallaron para romperse en pedazos y causar daños irreparables a la mayoría de los miembros de su comunidad. El periodista Mark Yarm es su esmerado autor. Ante su grabadora hablan componentes de bandas, promotores musicales, managers, críticos musicales, amigos de músicos o novias para trazar una cronología meticulosa de la gloria y el declive de los diversos protagonistas de Seattle y de aquella movida en su conjunto, de Green River a Pearl Jam, de Mudhoney a Nirvana, de Tad a Screaming Trees... A casi todos aquellos tipos les costó digerir que los focos los apuntaran y que el desalmado circo del rock, con sus contratos tramposos, sus caprichos, sus manipuladores sin escrúpulos y sus drogas, les hiciera salir indemnes de la aventura.
Fargo Rock City es la reunión de entretenidísimas reflexiones de otro periodista, Chuck Klosterman, sobre su devoción por el heavy metal desde que estudiaba Secundaria en un pequeño pueblo donde la música era quizá la última de las distracciones. Pero el pequeño Chuck quedó fascinado por aquellas guitarras de fuego, el cuero apretado, los cardados imposibles, las chicas de vicio en los videoclips y el grito de chulería que un amplio puñado de bandas proferían para conquistar el mundo en los años ochenta. Del glam rock al heavy metal, de Mötley Crüe a Iron Maiden, de Lita Ford a Ozzy Osbourne, de 1984 a Appetite for destruction. Precisas y divertidas cada una de las reseñas, breves o largas, de los álbumes y artistas mencionados, textos que dan en el clavo sobre la huella que dejaron en el género músicos y álbumes y el peso (y la justicia) que tuvieron en los resortes de la cultura musical. Imprescindible libro para cualquier melómano, aunque no seas de los de agitar la melena y abrir las piernas para tirarte a tu guitarra.
lunes, 23 de marzo de 2020
¡ # ^ f*** ? !
"Y yo experimenté el gran consuelo (o es placer enorme acaso) de proponer lo que es imposible y se sabe que no va a ser aceptado: pues son justamente la imposibilidad conocida y la negativa cierta -el rechazo que hace sino esperar quien propone y toma la palabra antes- lo que permite no tener reservas y ser vehemente y mostrarse más seguro al expresar los deseos que si existiera el más mínimo riesgo de que fueran satisfechos".
¡Pero que c*** es esto!
Juro que he pasado varias veces por esta frase para seguir un orden y encontrarle un sentido, para no perderme entre lo que muestra y lo que esconde. Y no soy capaz. Me pasa por masoquista, aunque me lo he tomado con humor. Me prometí hace tiempo no caer en la tentación de tratar de perdonar a Javier Marías, pero rompí mi autopromesa y volví a desorientarme en sus laberintos de lengua y estilo. Esta vez no me cabreé, me lo planteé como un entretenimiento: enredarme en sus frases eternas, tropezar con sus constantes acotaciones y paréntesis, sus pensamientos encadenados sin interés, su presuntuosa técnica narrativa, el engolamiento de sus personajes... Todas las almas. Qué martirio.
¡Pero que c*** es esto!
Juro que he pasado varias veces por esta frase para seguir un orden y encontrarle un sentido, para no perderme entre lo que muestra y lo que esconde. Y no soy capaz. Me pasa por masoquista, aunque me lo he tomado con humor. Me prometí hace tiempo no caer en la tentación de tratar de perdonar a Javier Marías, pero rompí mi autopromesa y volví a desorientarme en sus laberintos de lengua y estilo. Esta vez no me cabreé, me lo planteé como un entretenimiento: enredarme en sus frases eternas, tropezar con sus constantes acotaciones y paréntesis, sus pensamientos encadenados sin interés, su presuntuosa técnica narrativa, el engolamiento de sus personajes... Todas las almas. Qué martirio.
domingo, 23 de febrero de 2020
LA SENCILLEZ COTIDIANA DE ANNE TYLER
Al terminar de leer una novela de Anne Tyler me digo: ¡Qué bien me cae esta mujer! Reunión en el restaurante Nostalgia, El turista accidental, ahora El hombre que dijo adiós. Son pocas las que han pasado por mis manos (al acabar una siempre me proponga que caigan más), suficientes historias para enviarme esa grata creencia de que estás ante una persona, la autora, con la que te gustaría pasar más de una larga tarde de conversación y compartir las alegrías y las angustias que te ofrece la vida, los momentos de cotidiana e inmensa felicidad y las pruebas de resistencia e integridad cuando recibes los golpes más duros. De eso tratan los libros de Anne Tyler: de parejas o familias humildes y sencillas que se separan o reencuentran, de adaptarse a nuevas etapas o rutinas, a pérdidas o a encuentros, de relacionarse con las seres que tenemos más a mano.
No hay pretenciosidad ni artificio en los libros de Tyler. La sencillez de su escritura es transparente y acompaña con sentido, naturalidad y entrañable humor a unos personajes tan de carne y hueso, tan próximos, como cualquiera de nosotros, casi siempre asentados en la ciudad de Baltimore. Es lo que hace de la facilidad una gran virtud. El hombre que dijo adiós es una delicada joya que realza la finura natural de su autora. Aaron repasa la compleja relación con su mujer a partir de su muerte, cuando trata de asumir el duelo con entereza hasta que ella se la aparece para resolver los asuntos que dejaron pendientes, pequeños roces que los unían y a la vez distanciaban en la esfera misteriosa que alimenta a las parejas.
No hay pretenciosidad ni artificio en los libros de Tyler. La sencillez de su escritura es transparente y acompaña con sentido, naturalidad y entrañable humor a unos personajes tan de carne y hueso, tan próximos, como cualquiera de nosotros, casi siempre asentados en la ciudad de Baltimore. Es lo que hace de la facilidad una gran virtud. El hombre que dijo adiós es una delicada joya que realza la finura natural de su autora. Aaron repasa la compleja relación con su mujer a partir de su muerte, cuando trata de asumir el duelo con entereza hasta que ella se la aparece para resolver los asuntos que dejaron pendientes, pequeños roces que los unían y a la vez distanciaban en la esfera misteriosa que alimenta a las parejas.
martes, 18 de febrero de 2020
QUITARSE EL SOMBRERO ANTE ELVIRA LINDO
Que te rindas a Alice Munro y quieras fundirte en sus historias invisibles. Que vuelvas a caminar junto a Vivian Gornick o a imaginarte un futuro atroz con Margaret Atwood o a sobrevivir con Lucia Berlin. Que te reencuentres con Harper Lee. Que le abras más oportunidad a Joan Didion. Que descubras a Edna O'Brien. Que desees penetrar en las entrañas mórbidas de Joyce Maynard o Sally Mann. Que desees volver a ser niño/niña en Pipi Calzaslargas. Lee a la Elvira Lindo de 30 maneras de quitarte el sombrero y querrás perderte en los libros y las imágenes de estas mujeres, aunque no sea de literatura de lo único que se escribe.
Hace unos años compartí con Elvira Lindo sus 'noches sin dormir', recopiladas con ese título en un volumen que daba voz a sus vivencias y reflexiones por las calles de Nueva York. La escritora confesaba lo que veía y sentía, con quien hablaba y se cruzaba (conocidos o extraños) en sus paseos por la ciudad en el que durante buena parte del año convivía entonces con su marido, Antonio Muñoz Molina, quien de un modo similar ha recogido el enfoque personal de sus placeres caminantes en los textos Ventanas de Manhattan y Un andar solitario entre la gente. A una y a otro creo que me parezco en esa adicción por capturar el entorno en la intimidad de mi juicio con el ávido interés de explorador, de modesto analista de cuanto enseñan mis conciudadanos en el anonimato de la calle. A Elvira la leo de vez en cuando en sus columnas de El País. Me gusta la claridad de su escritura, la elegancia con que combate las ambiguedades y esquiva, con ironía y fino humor, los reproches que alguna vez le dirigen, y sus conclusiones directas. Comparto muchas de sus ideas y pensamientos. Disfruto ahora de esa virtud en 30 maneras de quitarse el sombrero. Treinta mujeres, treinta retratos de valentía, orgullo, honor y autenticidad de mujer.
Son varias las mujeres de letras que pasan por las páginas de este libro, y todas o casi todas vinculadas a la expresión artítica o la divulgación en este siglo y el pasado (Grace Paley, Olivia Laing, María Guerrero, Adelaida García Morales, Marjorie Eliot...). Lindo las elogia como personas y como artistas, en su gloria o en su tragedia, partiendo generalmente de un libro o una imagen, una anécdota, un sentimiento (la soledad, el miedo, la rebeldía), un gesto que muestra a esas mujeres como guerreras contra las convenciones, los prejuicios y las injusticias, muchas veces creadas por los hombres o la sociedad, que no admiten la convivencia con quienes tienen las agallas de quitarse el sombrero cuando no deberían hacerlo.
Hace unos años compartí con Elvira Lindo sus 'noches sin dormir', recopiladas con ese título en un volumen que daba voz a sus vivencias y reflexiones por las calles de Nueva York. La escritora confesaba lo que veía y sentía, con quien hablaba y se cruzaba (conocidos o extraños) en sus paseos por la ciudad en el que durante buena parte del año convivía entonces con su marido, Antonio Muñoz Molina, quien de un modo similar ha recogido el enfoque personal de sus placeres caminantes en los textos Ventanas de Manhattan y Un andar solitario entre la gente. A una y a otro creo que me parezco en esa adicción por capturar el entorno en la intimidad de mi juicio con el ávido interés de explorador, de modesto analista de cuanto enseñan mis conciudadanos en el anonimato de la calle. A Elvira la leo de vez en cuando en sus columnas de El País. Me gusta la claridad de su escritura, la elegancia con que combate las ambiguedades y esquiva, con ironía y fino humor, los reproches que alguna vez le dirigen, y sus conclusiones directas. Comparto muchas de sus ideas y pensamientos. Disfruto ahora de esa virtud en 30 maneras de quitarse el sombrero. Treinta mujeres, treinta retratos de valentía, orgullo, honor y autenticidad de mujer.
Son varias las mujeres de letras que pasan por las páginas de este libro, y todas o casi todas vinculadas a la expresión artítica o la divulgación en este siglo y el pasado (Grace Paley, Olivia Laing, María Guerrero, Adelaida García Morales, Marjorie Eliot...). Lindo las elogia como personas y como artistas, en su gloria o en su tragedia, partiendo generalmente de un libro o una imagen, una anécdota, un sentimiento (la soledad, el miedo, la rebeldía), un gesto que muestra a esas mujeres como guerreras contra las convenciones, los prejuicios y las injusticias, muchas veces creadas por los hombres o la sociedad, que no admiten la convivencia con quienes tienen las agallas de quitarse el sombrero cuando no deberían hacerlo.
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