“La sola idea de
esas vastas montañas de libros me volvía loco, cuanto más leía menos parecía
saber.”
Entonces, en
cualquier momento, el más inesperado, nos encontramos en las páginas de un
libro y nos deslumbra la luz de nuestro retrato: lo que una vez fuimos y lo que
en parte seguimos siendo. Somos quien sigue la línea errante de su camino, el que
se detiene en sus paradas y absorbe lo que desfila ante sus ojos, el que quiere
pisar donde nunca ha pisado antes y tachar de su lista el nombre de los
pueblos, ciudades y estados que pasan bajo sus pies. Somos el solitario
hambriento de libros, el devorador de palabras e imágenes. Somos el observador
de nuestro barrio desde el alféizar de la ventana, quien escucha las
conversaciones de los vecinos tumbado en el sofá, el ruido del tráfico y de los
pasos que se cruzan en la calle. Y hay visiones y emociones que no sabemos
explicar con palabras.
Thomas Wolfe me
llamaba a distancia, pero no llegaba a escuchar su voz, su mensaje. Una puerta
que nunca encontré, novela breve escrita en 1933, lo desnuda descriptivo en su paso
callado por tres meses de octubre de su vida, en busca por la felicidad desde
el umbral de su soledad. Wolfe murió joven, a punto de cumplir 38 años, la
tuberculosis se llevó la emoción de su lirismo melancólico, cortó las alas de
un ángel que nunca encontró su lugar en esta vida, la puerta que abrir, que
cruzar y tras la que quedarse.
“Sencillamente,
quería saberlo todo, y me volví loco cuando descubrí que no podría
conseguirlo.”
Vaya, vaya... Qué agradable sorpresa. A falta de hincarle el diente a "El ángel que nos mira" -cuya mención por Jesse antes de que Céline lo lleve a Le Pure Café me decidió a hacerme con él- leí hace cosa de un año este relato que reseñas y "El niño perdido", que me había gustado un poco más. La tonalidad rojo-salmón-rosa-anaranjado domina el arcoíris de mis compactos Anagrama. Bill Callahan ya bajó y llama a la puerta, voy a abrirle.. Qué pereza. Saludos.
ResponderEliminarW.