Estreno autoral en septiembre. Autores que por haches o por bes quedaron hace tiempo reservados para momentos posteriores, a los que nunca antes encontré ocasión o interés. Siempre llega la hora si la lectura es droga. Tres británicos. Sudáfrica. Austria. Escocia.
Stevenson. El de
El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Angustiosa confesión de la
bipolaridad traumática. No era necesario forzar el argumento y llevarlo hasta
el experimento científico para indagar en las sombras ocultas de la
personalidad.
Schnitzler. El
de Relato soñado, germen del último Kubrick, bastante fiel en la adaptación.
Sueño viajado por las profundidades de la inquietud sexual y las pasiones
reprimidas. Fría y asfixiante resulta la conducción en monólogos.
Coetzee. El de
Infancia, primera de sus memorias noveladas. No me importa en absoluto el ruido
del aspirador cuando su madre lo utiliza. El niño-autor no tiene ni gracia ni
encanto. Alguna anécdota enternece, pero ahí te quedas.
Fowles. El de El
coleccionista, iniciado hace años y retomado ahora. Un monstruo patético, un
inadaptado incorregible y patético rapta a una mariposa paciente y piadosa. El
autor, preciso y audaz en el salto de perspectiva, es demasiado cruel.
Le Carré. El de
El hombre más buscado, entrega reciente de sus creaciones de espías. El hilo atrapa
por su agilidad y sus descripciones hasta que personajes y situaciones se
vuelven familiares para el autor y distancian al lector, que ya no se siente
invitado al desenlace del enigma.
Austen. La de Los
Watson, breve obra inconclusa, de una ligereza entrañable, más sabia en su hondura
irónica y crítica que en su apariencia chismosa y frívola. Convienen liviandades
como estas tras lecturas fatigosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario