Más de una reseña de esta novela empieza con sus primeras líneas. Me parece acertado. “Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica de Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petosky, Michigan, en agosto de 1974”. Ejemplar.
A lo largo de casi
700 páginas la odisea hormonal de Cal (Calliope) Stephanides entra, sale,
reposa y explota al ritmo de las ágiles maniobras narrativas con que Jeffrey
Eugenides navega por las andanzas singulares de tres generaciones de una
familia griega asentada en Estados Unidos.
Setecientas páginas
emocionantes donde los enraizados vínculos de sus personajes conducen al lector
por su proceso de adaptación a un país que se hunde y revive, una patria de países
tan acogedora como amenazante. Eugenides, autor de Las vírgenes suicidas (1993),
publicó Middlesex nueve años después. Parece esta obra, sin duda, una empresa
laboriosa que su autor despacha con firmeza y seguridad, con una ternura
delicada hacia sus personajes y un prodigioso dominio narrativo que se recrea
en el afecto que se convierte en rutina, en el descubrimiento que se transforma
en maldición.
Traumas profundos,
amores fugitivos y vivencias fuera de lo común. En 2003 Middlesex mereció el
premio Pulitzer. Me parece una obra maestra.
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