Los
antihéroes son más simpáticos. Quienes creemos que lo heroico es
acabar los días con pequeños logros cotidianos y humildes
satisfacciones nos sentimos más próximos a ellos, a sus miserias y
angustias, a sus problemas y debilidades. Los libros me descubren
antihéroes cercanos. Cojamos a dos, por ejemplo, surgidos de la
prosa penetrante y detallista de John Updike y de la pluma ligera y
entrañable de Jonathan Coe: Harry 'Conejo' Angstrom y Maxwell Sim.
El
Conejo de Corre, Conejo, primer libro de la serie de su personaje,
escrito en 1960, añora su heroico pasado como jugador de baloncesto
y, casado y con hijo, abandona a su esposa alcohólica y frustrada en
busca de emociones que ni él mismo sabe si le darán soluciones a su
insatisfacción ni cree que sean las convenientes. Conejo es
caprichoso, egoísta, indeciso, cruel. No despierta simpatías, no,
pero en algún momento su creador consigue que con su patética
flaqueza inspire lástima.
En
La espantosa intimidad de Maxwell Sim, su personaje está hastiado.
Separado, solo, sin ánimo para trabajar. Añora una felicidad que le
transmite la escena de una madre con su hija comiendo y hablando en
un restaurante y se embarca en un ridículo asunto laboral que le
hace detenerse en busca de personajes e historias de su pasado para
descubrir secretos y encontrar con ellos, una estrecha vía hacia esa
felicidad soñada. Coe, con su escritura tan simple y real, por
cierto, es un retratista sagaz de las delgadezas
humanas, y se convierte ya en uno de esos escritores de los que
pretendo completar su obra.
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