“Juntas
dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia.”
Casi
sin darme cuenta Julian Barnes ha pasado bajo la luz de la mesilla de
noche cuatro veces este año. Y al final de cada lectura he tenido la
impresión de haber entrado en cuatro autores distintos. Tiene el
británico en su prosa una habilidad
sutil para convertir los experimentos en juegos literarios
espontáneos. Es un travieso vicio que
lo transfigura continuamente: en
sus relatos, en sus novelas frívolas y en sus obras más serias.
No
deja de sorprenderme cada año, porque gotean sus libros una y otra
vez.
De
mutación en mutación se revela un escritor diestro y aventajado,
a veces caprichoso, como en la propuesta
distópica que ensaya en Inglaterra,
Inglaterra; también conmovedor,
como en las
tres historias que hace volar en Niveles de vida, donde se desnuda de
insospechada manera por el dolor de la pérdida de su esposa;
otras veces hace
malabarismos con los personajes de un triángulo moderno, tan
mediocres como repugnantes los de Hablando del asunto;
y además tiene
un fino y encantador sentido del humor si por sus manos y sus fogones
pasan asuntos ligeros,
como cuando confiesa
sus manías, comportamientos
e ironías en
El perfeccionista en la cocina.
Y
siempre tengo la sensación de Barnes cocina con
precisión platos sabrosos para el gusto de variados paladares.
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