“El amor no es otra cosa, al
fin y al cabo, que una interminable serie de actos individuales.”
De cada libro que cerramos y
guardamos o devolvemos deberíamos sacar enseñanzas, luces que
alumbren nuestros espacios en sombra. Podremos reafirmarnos u
observar el paisaje desde otros ángulos, seguir en línea recta o
desviarnos. Buscamos esa riqueza en las lecturas: una frase, un breve
diálogo, una descripción, un capítulo entero, un personaje que nos
deje escarbando en los caprichos de nuestra vida y nos haga recordar
el libro para siempre.
Un poco de todo esto es
memorable en Francamente, Frank, la novela más reciente de Richard
Ford. Al llegar a la última página tenemos la sensación de que la
vida expira, de que la esperanza y la vitalidad a la que nos
aferramos se nos va perdiendo. Esto es lo que hay, hasta aquí
llegamos. No hay lugar al remordimiento. Unos
somos más afortunados que otros. La
muerte acompaña a Frank Bascombe y a los personajes moribundos de la
cuarta novela de Ford que protagoniza Bascombe,
la que sucede en una nueva década a la densa y 'radiografiante'
trilogía americana del autor. Frank, tras
dejar atrás enfermedades, muertes, matrimonios y el huracán Sandy,
va perdiendo fuerzas
en esta obra, pero aún conserva la agudeza y la ironía con las
que asimilar cuanto se
va pudriendo a su alrededor: la vida.
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