Lugares donde leer. Maneras distintas de experimentar el viaje y su placer. Las he visto confesadas en alguna parte o las he escuchado en momentos de revelaciones íntimas. Quiero aportar mis sensaciones.
-Leer en la cama
Mortecina resiste la luz de la lámpara desde la mesilla, pesan las
pestañas y asoman lágrimas de escozor en los bostezos. Acaba el día y nos
abrazamos al libro, de sus páginas sale una realidad alternativa que apaga
nuestras obligaciones cotidianas hasta unas horas más tarde. Somos sus
protagonistas, en reposo y sin peso, en los últimos suspiros del día.
-Leer en el parque
La gente vive a nuestro alrededor a distintas velocidades. Nosotros
estamos quietos, con el cuerpo amoldado a las curvas de un banco, la brisa en
la cara, ajenos al frío o al calor. Habla o susurra la naturaleza, que ahoga el
zumbido lejano del mundo. Un insecto, una rama o una hoja fugitivas caen para
entrometerse en el relato, amigas pasajeras de las palabras.
-Leer en un café
Llega humeante el café en la taza o susurran traviesas las burbujas de
un refresco. Un sorbo antes de abrir el libro por donde lo habíamos
interrumpido, el canto sobre la madera o el mármol, las manos en las páginas,
atrapados en nuestro silencio. Alzamos la vista para que la curiosidad se
detenga en un rostro o un comentario mientras el libro espera.
-Leer en el baño
Aprovechar el tiempo sin ser conscientes de su paso después de la
comida, al comienzo del día o poco antes de despedirlo. Allí nos espera el
ejemplar cerrado reclamando ser abierto. En la más fisiológica de nuestras
intimidades, sin escrúpulos ni delicadezas. Alivio y placer. ¿Qué mejor manera
de guardar la fidelidad al libro que recreándonos en nuestras costumbres?
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