lunes, 6 de junio de 2016

DE FICCIONES Y REALIDADES. OONA, SALINGER Y BEIGBEDER

Debo inclinarme ante Frédéric Beigbeder por su emocionante imaginación, por el cariño honrado y a la vez atrevido, sin imposturas, que profesa a un ángel de irresistible adoración y a un guerrero herido. En Oona y Salinger, el escritor francés maneja la breve relación real que mantuvieron Oona O’Neill y Jerry Salinger (años antes de ser J. D. Salinger y ocultarse al mundo) para crear una ficción confundida con la veracidad, tan juguetona y tan creíble al mismo tiempo, que hace pensar que los hechos ocurrieron verdaderamente así. O no. O casi.

Oona y Jerry se conocieron a comienzos de los años 40 en Nueva York, fueron amigos íntimos y se quisieron en la castidad con un mundo de diferencias entre sus formas de ser hasta que la guerra los separó: ella conoció a Charlie Chaplin, se casó con él y le dio ocho hijos hasta la muerte del genio; él se alistó en el ejército, participó en el desembarco de Normandía, regresó trastornado con los horrores que presenció, escribió una obra maestra, El guardián entre el centeno, y se refugió en la incomunicación.

La obra de Beigbeder (expublicista, periodista y cronista de la noche parisina, de quien me había decepcionado hace años El amor dura tres años) se apoya en biografías y documentos verídicos para inventar, con una credibilidad aplastante, las conversaciones que existieron entre Jerry y Oona y nadie escuchó y las cartas que él le envió cuando ya se habían separado y a las que los custodios de los legados de ambos, como era de esperar, no permitieron su acceso. Beigbeder acompaña a Salinger en el frente y a Oona en la vejez de Chaplin, y en su experimento cada voltereta le sale perfecta, sobre el alambre del amor y la falta de amor, de los encuentros y alejamientos de la vida.

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