Los
que lidiamos con las palabras una batalla permanente para hacernos
entender bien, para dar en el clavo con los matices del mensaje, nos
sobrecogemos cuando en las páginas de un libro que manoseamos en el
parque las hojas nos ofrecen, con la precisión del matrimonio
inquebrantable
que
forman uno o dos sustantivos con sus respectivos calificativos, las
expresiones magníficas
que
nunca seríamos capaces de encontrar ni utilizar. Quiebros,
trampas, misterios y magias del lenguaje.
En
la descripción de los ritos que han definido la naturaleza de un
lugar, la ciudad de Brujas, Stefan Zweig en sus viajes emplea “el
ardor ingenuo de las almas sencillas” para referirse a la cualidad
que es capaz de componer “la callada poesía de las cosas
sagradas”. Sublime.
Yo
llevo unas horas dándole vueltas al ardor y las almas, la ingenuidad
y la sencillez, trasladando la extraordinaria combinación
lingüística creada por el viajero Zweig a las innumerables
acciones, actitudes y hábitos en los que somos capaces de incurrir
los seres humanos.
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