De nuevo en la librería, en
compañía de cítricos que dan sabor a un té de la tarde, retomamos
esos encuentros nuestros que exploran la atracción y el misterio de
lo humano y lo divino. Rodeados de libros, desde luego, de páginas
que nos llaman y que no terminaremos de abrir y de pasar. Un premio
discutido, un autor maldito, una novela perdida, una lectura que
algún día emprenderemos, miles de libros que quisiéramos tener y
leer, miles que ya tenemos y hemos leído.
La cosa empezó hace mucho
tiempo en la barra de un bar, allá donde los clientes quemábamos
las horas entre películas, libros y discos. Aprendimos que nada es
definitivo y que los ríos acaban siempre en el mar. Seguimos en una
sala, antes y después de una película, hablando de aquello de lo
que nadie más hablaba. Más tarde en aquel pub de Turnpike Lane o en
un paseo por Alexandra Park, entre lo que no encontrábamos y lo que
nos despejó el camino. Y después aquí de nuevo, cuando nos venga
bien para comprobar que seguimos siendo los mismos.
Oona y Salinger (Frederic
Beigbeder)
La ley del menor (Ian McEwan)
Manual para mujeres de la
limpieza (Lucia Berlin)
Las uvas de la ira (John
Steinbeck)
33 revoluciones por minuto.
Historia de la canción protesta (Dorian Lynskey)
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