Alessandro Baricco no acierta a calificar esta obra suya. Cuenta antes de empezar que la escribió para un actor y un director. Un monólogo teatral, podría considerarla. Una leyenda, así me gusta a mí llamarla. Lo que sea. De todos modos a él le parece “una historia hermosa que valía la pena contar”. Y le gusta pensar que alguien la leerá. No lleva más de una hora hacerlo. Es hermosa, vaya si lo es. Novecento (La leyenda del pianista en el océano).
Conocía esa
historia. Aún no habíamos cambiado de siglo cuando vi la adaptación de Giuseppe
Tornatore (hijo de puta, nos vacías de lágrimas con la pasión que vuelcas en
las pasiones que nos enseñas). Salí entusiasmado del cine. He querido volver a
ver alguna otra vez aquella película y parece que ahora me voy a animar a ello.
Novecento (Tim Roth en el film) es un pianista excepcional que nunca ha bajado
de un trasatlántico en el que deleita a los viajeros con su música
extraordinaria. Allí nació, allí aprendió a acariciar las teclas, a conocer el
mundo a través de los rostros y los gestos de la gente. Allí, balanceado por el
océano, compartió palabras, silencios y sonidos con unos músicos y se retó a
otros. Y nunca pisó tierra firme.
Baricco
embellece la sencillez de las emociones, la ternura de sus planteamientos
extremos (al Zweig de sus relatos más entrañables me recuerda). Su retrato de Novecento, ese
pianista imposible, nos congracia con la pureza de la música y la inmensidad
del océano.
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