Rosamond selecciona 20 fotografías de su vida y a través de ellas, de sus descripciones, de lo que enseñan y lo que esconden, le cuenta a Imogen, dondequiera que esté, su propia vida en una grabación que deja como último legado en sus horas finales en el mundo. Sus palabras moribundas relatan con un micrófono y unas cintas de casete una amistad desde la infancia, una ruptura, un amor, un paisaje, los vínculos de una familia, una tragedia, el abandono, la bondad, la soledad, el cariño y la falta de cariño, la inevitabilidad… Así hilvana Jonathan Coe La lluvia antes de caer, un giro en su obra satírica y humorística con una novela sorprendente, de una belleza cruel que se interna por las rendijas de nuestras entrañas y deja una huella abrumadora.
En algunos
escritores británicos nacidos a mediados de la última década del siglo pasado se
advierte una obsesión más martirizante que melancólica por rescatar de la
memoria (real o ficticia) sucesos o vivencias que causaron perdurables
conmociones. Se detectan en Chesil Beach (Ian McEwan) o El sentido de un final
(Julian Barnes), incluso en El mar, del irlandés John Banville, excelentes
obras éstas. También en el Coe de la hermosa y demoledora La lluvia antes de
caer. Me dura el desasosiego, retornará a mí cada vez que recuerde esta
historia o vea el canto del libro contemplándome desde la estantería.
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