El que resiste
vence, creen algunos. Según… La Colón, entrañable librería de este y de otro
tiempo, resiste. A la huida de lectores, a los bolsillos vacíos, a los alquileres
por los cielos, a la hostelería que la esconde. En fin, se trata de resistir. Y
de momento, ahí está, viva en una nueva calle, con la puerta abierta y ahora
con un café al fondo, mientras lees un libro. Y todavía hay lectores y clientes
fieles.
Allí, en la
calle Real, compre mis primeros libros de cine y de música, recorrí hasta el alto techo las viejas estanterías de madera con sus libros ordenados por
editorial. Los Cátedra para el bachillerato, los Anagrama de Narrativas, después
los Compactos, Tusquets, Taschen… Las chicas que allí trabajaban me
recomendaban libros o yo les pedía consejo. Compraba o regalaba. En la calle
Olmos siguió la tradición en menos espacio. Menos oferta pero más selecta. Cambiaba el escaparate cada semana, se hacía temático, y una vez llegó a pasar allí la noche una mujer leyendo, ajena al paso de los viandantes. Yo seguía
comprando, encargando, leyendo, entrando a mirar las novedades o a escuchar las
conversaciones, a oír a las hermanas hablar de libros, de sus últimas lecturas.
Y seguiré en San
Andrés, en la Nova Colón. La Colón. En busca de un libro.
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