Le voy cogiendo el punto a Tom Wolfe. Hace unos cuantos años me sumergí en la crónica psicotrópica que es Ponche de ácido lisérgico y acabé exhausto, como si me faltara el aire después de haber flotado sobre el paisaje psicodélico que describen sus páginas con florituras estilísticas, lenguaje sincopado y bucles y expresiones irritantes o imposibles. Wolfe, cronista perspicaz, dandy ácido y cínico, reportero paladín del Nuevo Periodismo que tanto escandalizó a los narradores clasistas a finales de los sesenta, es un caprichoso autor que retuerce a su antojo la escritura y suele reventar los cánones narrativos de costumbre. Con sus pocas novelas aún no me he atrevido, pero sí con algunos de sus relatos contemporáneos nada ficticios de la realidad norteamericana, como los recogidas en la colección La banda de la casa de la bomba y otras crónicas de la era pop.
Este compendio de
escritos publicados en distintas revistas a finales de los años sesenta se
adentra en el universo extravagante de Hugh Hefner, el elitista coleccionismo
de arte en New York, las comunas hippies, el pijerío británico, la burbuja de
estudiosos sociológicos o los hoteles de la Gran Manzana. La colección revela a
una sociedad occidental desorientada y en busca de su propia identidad, diseccionada
por un autor puñetero que hace de la ironía y la inmodestia sus armas más brutales.
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