Mi primer
contacto con Jean Echenoz es a través de Emil Zátopek, el asombroso fondista
checoslovaco, uno de los tres personajes reales en los que el escritor francés
ha basado un puñado de sus novelas. En Correr, Echenoz reconstruye a modo de
gran y veloz reportaje la trayectoria deportiva de Zátopek, ese entrañable
hombrecillo al que tanto le gustaba correr, que nunca se cansaba, que
pulverizaba las marcas de 5.000 y 10.000 metros y ganaba los maratones, que avanzaba
al mismo ritmo, infatigable, como un titán asombrando a rivales y aficionados, y
al que el comunismo utilizó como arma propagandística a mediados del siglo
pasado sin que él nunca lo desease, sin que en el fondo le incumbiese. Con tal
de que pudiese seguir corriendo, corriendo.
La simpatía por
Zátopek, la Locomotora checa, la transmite Echenoz con un retrato conciso del
atleta, quizá algo carente de profundidad, aunque en absoluto reprochable, y
mediante un ejemplar ritmo narrativo, como si cada capítulo fuera una carrera
que avanza intensa y sin descanso hacia la línea de meta. También se gana el
lector el cariño por el personaje al prevalecer en el relato la pasión de Emil
por su deporte y quedar manifiesta su indiferencia hacia los regímenes políticos
de su tiempo. El país lo convirtió en coronel y en héroe nacional, pero cuando
se mostró partidario de la apertura de Checoslovaquia a las libertades que se
daban en la Europa occidental fue expulsado del partido comunista y del ejército
y humillado. Cuando lo único que pretendía era correr y correr.
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