Lo que duele es la extinción, ver las estanterías vacías y la entrada con candado. Libros los seguiremos teniendo al alcance, menos mal, en grandes superficies, cadenas de tiendas especializas, librerías de supervivientes, pacientes bibliotecas y bazares de segunda mano que resisten el dolor de huesos. Pero poco a poco se van marchando.
En menos de un
mes cierran dos librerías en mi ciudad: en una se jubilan los dueños y parece
que no hay herencia en el negocio, en el placer de vender libros; en la otra la
baja facturación obliga a bajar la verja para no volver a levantarla. En el
periódico veíamos a los empleados retirar libros de los estantes y guardarlos
en cajas de cartón. Las dos llevaban mucho tiempo en pie. Apuesto a que todos hemos
comprado al menos una novela, un libro de texto o un cuaderno en estos lugares
que ahora serán solares de polvo y recuerdos.
Las letras se
exilian, mientras yo quiero palparlas y olerlas, darles un abrazo mientras
paseo al perro y me siento ante una puesta de sol.
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