Si tuviera que escoger un escritor con el que sentarme a charlar, con una Guinness delante y buena música de fondo al volumen ideal que nos permitiese hablar sin elevar la voz, ese sería Nick Hornby. Aprecio una especial cercanía entre nosotros, un vínculo que traza la pasión que compartimos por el rock y todas (o casi todas) sus variantes. De rock ‘n’ roll hablaríamos sobre todo. La conversación empezaría a media mañana y terminaría cuando el dueño del pub (en Londres, desde luego) nos invitase a marcharnos a casa.
De Hornby he leído todas sus novelas y algún ensayo o colección de textos en distintos momentos de mi vida, en castellano unas y en inglés otras. Tiene obras maravillosas (Alta fidelidad, Un niño grande), estupendas (Juliet, desnuda), divertidas (Fiebre en las gradas), correctas (Cómo ser buenos), irregulares (En picado) y también discretas (Todo por mi chica). Entre las virtudes que atesora su narración y su escritura, me gusta mucho el tono distendido, ligero si se quiere y a veces humorístico, con el que trata asuntos serios o preocupantes; es una desdramatización que no encuentro frívola, sino comprensible y entrañable.
Una de sus obras
paralelas es una recopilación de los escritos sobre literatura que publicó para
la revista The Believer entre septiembre de 2003 y junio de 2006 bajo el título
The Polysyllabic Spree. En cada mes menciona los libros que compra y los que
lee, alude a sus argumentos, enjuicia a sus autores y transmite lo que a él le dijeron
esos libros en el momento de su vida en que los leía. La colección es, como
indica su subtítulo, “el diario de un a veces exasperado pero siempre
ilusionado lector”.
Tomando prestada
su idea, me propongo, para dejar constancia de una fiebre compartida (no en las
gradas sino en las páginas), publicar en este cómodo soporte mi personal y más
bien modesta tarjeta mensual de lecturas, mi propio pollysyllabic spree.
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