miércoles, 30 de julio de 2014

JULIO, 2014


Un mes ramplón, de lecturas censurables y olvidables (la mayor parte) pese a disfrutarlas a la intemperie.

Un experimento. El de Laurent Mauvignier con Lo que yo llamo olvido, 50 páginas sin un punto en un único párrafo. Un suceso mortal y bochornoso narrado caprichosamente de corrido hasta la extenuación. ¿Es que no hubiera sido un relato más que digno (y brillante) contado de forma más convencional?

Olvidemos estos libros. Te llevaré conmigo, primer contacto con el joven y alabado autor italiano Niccolò Ammaniti, observador costumbrista de historias cruzadas con personajes arquetípicos sin brújula manipulados torpemente y sin control hacia un desenlace abrupto y poco creíble. Y Juego y distracción, vanidosa nadería del encumbrado James Salter: encuentros sexuales de una pareja que deambula por Francia sin nada que hacer ni contar; torrentes descriptivos y postureo meditabundo de diván.

Lo que hay detrás de una canción monumental lo desgrana con bisturí puntilloso y trascendencia desmedida Greil Marcus en Like a Rolling Stone. Bob Dylan en la encrucijada: mejor pinchar a Dylan una y otra vez.

Volver a los libritos de Stefan Zweig ayuda a borrar agrias sensaciones y a despejar el juicio, pero Los milagros de la vida es su relato largo más flojo: por su espiritualidad grandilocuente y su brillante léxico al servicio de una transformación extrema con la que explicar los enigmas de la fe.

John Banville se entretiene en El intocable con un dilatado relato de espías pulido con el lustre de una prosa deslumbrante pero cojo por su falta de emoción. Ahora sí vislumbro a Nabokov en la escritura juguetona del irlandés, su erudición y sus argucias malabares.

Después de lecturas fatigosas y decepcionantes aligeré el menú con Viajeras (Editorial La Viajera), ameno y práctico manual que orienta a las mujeres a preparar y afrontar viajes en solitario con el que no tuve por qué meterme en la piel del otro género para (desintoxicarme y) dejarme llevar por el placer sin precio de viajar.

Y pongo el cierre (me sorprendo encadenando lecturas) con el abajo mencionado libro de relatos de Raymond Carver.

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