Cuando viví durante medio año en una gran ciudad europea con una inmensa red de metro me acostumbré todos los días a leer en cada desplazamiento. Yo cargaba siempre con un libro en la mochila o lo llevaba en uno de los bolsillos de mi abrigo. En los vagones coincidía con muchos lectores. Unos leían esos periódicos de hojas grandes en cuatro pliegos que reparten en las bocas de metro, otros encendías sus tablets, sus e-books o sus móviles para leer la prensa o una novela, y unos pocos sacábamos nuestro libro desnudo, en carne y hueso, en tinta y papel… yo aprovechaba las subidas o bajadas en escaleras mecánicas antes de salir a la calle para apurar la lectura…
No estamos perdidos. Los periódicos guardan columnas para
romanticismos que se niegan a consumirse y a perderse, para reaccionarios que
defienden las sanas costumbres amenazadas por el fulminante avance de nuestro
mundo diario. Me conmueve leer un reportaje como este: Un aplauso para la genteque lee libros de papel en el metro.
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