sábado, 13 de junio de 2015

VERGONZOSO MURAKAMI



Escribir es natural. Escribir para nosotros y sobre nosotros es una necesidad que surge sin avisar. Escribir un libro es más que un logro, es una proeza. Quiero creerlo. Por eso cada libro merece como poco mi respeto, incluso los que no me gustan, aquellos que nadie compra, nadie coge en una biblioteca y nadie lee. Libros flojos, torpes, absurdos, complejos, malos… piden ser terminados. A veces también piden ser arrojados al mar o al fuego. Lo he deseado dos veces con Murakami. No volveré a abrir sus páginas, podría hacerlo. Cuesta creer que su mística sensibilidad y su universo caprichoso de personajes tristes y aislados haya sido (dicen… ¿quién lo dice?) candidato en los últimos años a las más altas distinciones literarias, incluido el Premio Nobel. Un insulto. Un disparate. Hubo un tiempo en que todo el mundo recomendaba dejarse atrapar por la emoción juvenil de Tokio Blues. Caí en la tentación y entré en el libro: facilón, cursi, blando, ñoño, ridículo. Mucho tiempo después, sin ganas reales de volver a Haruki Murakami pero dedicándole una nueva oportunidad, a esos adjetivos le añado los de bochornoso y vergonzoso al terminar de leer Sputnik, mi amor. Hasta nunca tío.

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