Por el título me lo regalaron. “Elogio del papel”. Un ensayo. “Contra el colonialismo digital” es su subtítulo. Me conocen bien. Saben que defiendo a ultranza el tacto del papel, el placer de leer y poder mirar lo que llevo leído y lo que todavía me queda, el olor de los libros, su peso en las manos o en la mochila, abrirlos en el autobús, en la playa, en un parque, guardarlos, colocarlos en una estantería, mirarlos desde el sofá, tocarlos en una librería o en la biblioteca, nadar en las páginas…
El ensayo en cuestión, este Elogio del papel, lleva la firma
del filósofo italiano Roberto Casati. Ameno, directo, sensato y claro. No es
talibán el autor: ensalza la necesaria perdurabilidad del papel pero propone
que la migración del papel a formatos digitales sea coherente y pacífica, y no
total, es decir, que las hojas no mueran porque sus contenidos materiales son
parte de nuestro conocimiento. Porque el papel, como la enseñanza tradicional
en la escuela, debe persistir sin enfrentarse a los avances de la ciencia y sin
rechazar su convivencia con la tecnología.
Al terminar la lectura, olí las páginas, cerré el libro y lo
coloqué en un estante.
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