Parece tan fácil, sí, pero peleamos constantemente con el lenguaje para comprendernos y hacernos entender. El lenguaje, el ente de la comunicación, nos hace y rehace.
Cuatro años atrás
registras reflexiones en un papel: pensamientos cruzados procedentes de
emociones cambiantes. Luego las escribes en dos, en tres folios, en varias páginas.
Recibes ideas nuevas que emanan de fuentes diversas, que se rozan y se apartan
hasta confluir en el mismo cauce. Tienes un hilo conductor, y después una
trama, y varios personajes que entran y desaparecen, y anécdotas sueltas. Un caldo
de variados ingredientes que terminas de cocinar con el aceite, el ajo y la sal
del lenguaje.
Escribo para ser
yo. Para tratar de entenderme y algún día compartirme. Cuatro años he tardado
en parir una nueva criatura de papel, sangre de mí. A rachas, despacio,
deprisa, fluido, atascado, eufórico, desanimado, apático, entusiasmado, entre pilas
de libros que son el motor de mi escritura.
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