Apenas
he pisado terreno literario plantado por la confesión cerrada de un
diario. Rescataría aquellas líneas escritas por la pluma
atormentada de un o una protagonista para confeccionar un breve
catálogo de diarios novelados, pero ahora me falla la memoria. Este
que descubre Elvira Lindo y Seix Barral me ha llamado a abrirlo, a
ponerme en la piel de la autora y pasear por sus agudas y cercanas
reflexiones. Elvira es próxima, sí, y tierna, y frágil y dura al
mismo tiempo, y escarba en lo que esconden los ojos y los retratos, y
observa y cava, y emociona sin proponérselo contando lo que a todos
nos ha inquieta, sorprende, agrada o indigna en la ruleta traviesa
que es la vida cotidiana. Lo hace en los pocos meses que recoge
Noches sin dormir, a punto de dejar Nueva York, donde ha vivido los
últimos once inviernos con su pareja, el escritor Antonio Muñoz
Molina. Unos, méritos y virtudes al margen, tienen más facilidades que otros
para compartir sus vidas impresas en la pureza del papel.
El
libro, el diario, escrito con la visión transparente de una
observadora y narradora vocacional, se acompaña de imágenes
captadas por la cámara de Elvira (parques al amanecer, paseantes,
reflejos en charcos, viajeros de metro, gente que habla y vive),
postales del último y terrible invierno de Nueva York antes de
regresar a España. Corre la rutina contada, el hormigueo de la
soledad y el consuelo de la compañía, ruido y música de
contrastes, el latido discontinuo de una ciudad. Y al cerrar el
diario explota desbocado el vicio insano y necesario de escribir para
abrirse ante nosotros mismos.
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