El descubrimiento editorial del año pasado en España (así lo promocionó la firma que le abrió las páginas al castellano, Alfaguara) es también para mí un glorioso hallazgo. Un alumbramiento, diría. El Manual para mujeres de la limpieza de Lucia Berlin (casi 50 relatos de los 76 que escribió en su vida, la mayoría en edad madura) es una obra desoladoramente hermosa, precisa como las anécdotas de Carver, desgarrada como las miserias de Bukowski, cruda como los dolores de Claudel. Pero merecen enterrarse estas u otras comparaciones; en serio, fuera con ellas… Berlin, no lo dudo, (su estilo rápido y continuo, la amargura prolongada, brutal a veces, que dejan sus puntos finales) es única.
Uno termina
asombrado, conmovido, con la lectura de los relatos de Lucia Berlin, en los que
sus personajes y ella se confunden, más bien se fusionan sin disimulo. La vida
de esta mujer transcurre por los renglones de sus relatos: sus viajes, sus matrimonios,
sus aventuras amorosas, sus frustraciones, sus combates contra el alcoholismo,
la enfermedad, la familia, la soledad. Ella o sus mujeres entran y salen para
trabajar, vivir y sobrevivir en las clínicas, en las lavanderías, en los bares,
en las habitaciones, en los albergues, en las carreteras. Y las historias, retazos de una vida
captados al vuelo, crecen con las palabras perfectas, sinceras, que evitan el
adorno.
Sus
allegados y descubridores lamentan que su obra no se hubiera conocido antes. Lo
magistral, aunque llegue tarde, siempre es bien recibido.
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