¿Tú eres escritor?, me preguntaron hace poco. Bueno, sí, escribo todos los días, respondí. Porque trabajo en la redacción de un periódico, en una sección en la que a diario hay que buscar noticias, cubrir anuncios, hacer entrevistas y obtener datos para dar forma escrita a artículos y reportajes. Así que sí, soy escritor. No de literatura (salvo la que reposa algo celosa en mis cajones cerrados, que sí considero literatura), pero sí he convertido la escritura en una forma de vida, una vía como cualquier otra con la que presto un servicio (todavía no sé si útil o no) al ciudadano.
El caso es
que esta semana me encargaron un reportaje a tres páginas sobre un asunto que,
aunque estuvo estos días de actualidad y causó cierta polémica a nivel local y
comarcal (los intereses políticos afearon una elogiosa declaración de
intenciones por el bien de los vecinos), desde el primer día sabíamos (tanto yo
como quienes me lo encomendaron) que apenas iba a ser leído el día de su
publicación, el domingo; vamos, que si aún quedan lectores de periódico era
poco probable que invirtieran un cuarto de hora del domingo en leerse el rollo
genérico este que tanto lío ha provocado estos días. Tuve poco tiempo para recopilar
información, leerla, condensarla, resumirla y dar forma a un reportaje lo más
atractivo posible, un ejercicio periodístico entre los muchos que he hecho
hasta la fecha que, en este caso, me produjo tanto hartazgo como frustración.
Toda esta
historia para desahogarme en la libertad de estas pocas líneas. Para sobrellevar
las decepciones que un trabajo que tantas veces me ha apasionado me deprime de
un tiempo a esta parte. Que, en su irrefrenable evolución tecnológica hacia un
futuro competitivo que lo distancia de sus fines originales, está maltratando
mi relación diaria con la escritura.
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