Hay formas y formas de contar una invención o un hecho: con frases cortas o largas, con las palabras precisas o las descripciones recargadas, con calificativos simples o adjetivos adornados, deprisa y despacio. Hay un escritor que decide y un lector que recibe. Paul Auster y Patrick Modiano, por ejemplo, como tantos otros autores (sino todos), escarban en su memoria al sentarse ante el escritorio. El primero ha optado por la exploración de su pasado en sus dos últimas obras, deteniéndose en la evolución de su físico y las experiencias más relevantes por las que ha pasado en Diario de invierno y recordando su infancia y su juventud y confesando el impacto que causaron en su forma de ser hechos, vivencias y películas en Informe del interior. El segundo, como en otros libros suyos, ha jugado a recomponer una identidad, la suya propia, con la narración veloz de sucesos, viajes y variopintas personas que conoce hasta alcanzar la mayoría de edad en el París que sucede a la Ocupación, con un padre y una madre que entran y salen de su vida sin preocuparse mucho de él en Un pedigrí, una de sus novelas más aclamadas.
Tipos observadores
y solitarios ambos, de los que no encuentran mayor felicidad que la de pasear
en solitario por las calles o gastar horas encerrado en una habitación con un
libro. Uno me conmueve con sus recuerdos, simples vivencias que nos ocurren a
todos y que nos definen, tan menudas que no sabemos ni describirlas o contarlas.
Es Auster, con sus palabras cercanas que iluminan las páginas y me despiertan
en cada libro las ganas de querer conocerlo y charlar un buen rato. Otro, al que
le aplaudo alguna obra, ya se me aleja y me desinteresa. Es Modiano, al que su
nostalgia flotante y perdida parece convertirlo en una persona de lo más gris.
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