La sesión profunda del mes trató de comprender las virtudes dedicadas a Las correcciones, de Jonathan Frazen, decepcionante aunque a ratos certero retrato familiar del desentendimiento comentado más abajo.
Octubre fue mes
para pequeñas dosis de emociones, trozos de vida recogidos en colecciones de
relatos desde distintos enfoques. Los del francés Olivier Adam en Pasar el
invierno empujan al lector hacia las desolaciones, soledades, perdiciones y
caminos sin retorno y con poca esperanza que dibujan las sensaciones
invernales. No levanta el ánimo, desde luego. Los de Javier Marías en Cuando
fui mortal reúnen juegos, ideas, reflexiones y paradojas sobre la muerte;
brillantes algunos, fútiles otros, a lomos de esa prosa esmerada y cabalgante del
autor que a veces se relame en sus lindezas y huye del foco. Los de Julian
Barnes en Pulso combinan desenfrenados y ambiciosos diálogos nocturnos entre
amigos tras la cena por un lado y punzantes y hermosos episodios de nostalgia a
flor de piel por otro.
Un regreso al
Woodstock que no vivimos pero que podemos meternos bajo la piel con las
fascinantes imágenes y cercanos testimonios que almacena Woodstock. Three days that rocked the world.
Una novelista conmovedora
para terminar. Los perros negros (es sano tener en la mesilla a Ian McEwan), o
como a partir de un supuesto hecho repugnante descubierto por un narrador
atraído por los interrogantes de la existencia que une y separa a sus suegros,
nuestra conciencia puede cambiar del blanco al negro, transformar nuestros
ideales, nuestra vida, y replantearnos la consistencia de la fe y la razón.
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