Canadá, la última novela de Richard Ford, fue la lectura del mes a la que dedicar varios días. Su atrayente historia y el trasfondo que lleva consigo (el aprendizaje en situaciones adversas, el abandono, la soledad, la crudeza de una vida sin definir a ambos lados de la frontera…) prometen más de lo que ofrecen. Porque Ford arranca con una mención a un atraco y a unos asesinatos y ambos incidentes no ocurren hasta 200 y 400 páginas más adelante y antes sigue aludiendo a ellos. Porque quiere demasiado a unos personajes muy poco queridos. Porque se recrea (y repite) descripciones, rutinas, relaciones. El dramatismo de su fondo está por encima del modo medianamente brillante con que el autor lo cuenta.
Lecciones de
periodismo novelado, o de novela reportajeada. Hacía tiempo que no acudía a
García Márquez y entré en Crónica de una muerte anunciada para disfrutar de la maestría
con la que entrelazar literatura y narración periodística. De forma
desgarradora, desalmada, única.
Otra clase magistral
de periodismo literario, el que el reportero neoyorquino Joseph Mitchell convirtió
en su deliciosa novela El secreto de Joe Gould, retrato entre entrañable y
surrealista de un estrafalario personaje de las calles y los tugurios de la
Gran Manzana.
Probé con Zoé
Valdés en La nada cotidiana, grises desdichas de una mujer esclava de su torpeza
sentimental y enfrentada a su patria, o la ausencia de ella. Probé también con
Eudora Welty, querida cuentista del Sur estadounidense en la bobalicona e
infantil El corazón de los Ponder. Y visité de nuevo a Joseph Roth en El espejo
ciego, preciosista variación de folletín que discurre por las ilusas desventuras
de una joven traicionada por los sueños en la cruda realidad.
Un postre para
el deleite final: Bob Dylan. La trilogía del tiempo y el amor. Análisis preciso
y pasional de tres sublimes álbumes del maestro a cargo del periodista musical
Eduardo Izquierdo.
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