En Diario
de invierno, Auster abre la puerta al invierno de su vida. Por sus líneas
desfilan episodios que ya han aparecido en otros libros suyos, salpicados ahora
por la perspectiva que desde el presente traza una persona que siente la
llegada de la vejez a punto de cumplir 64 años. Chispazos de su infancia en la
memoria, sus años de hambre en París, sus padres, su mujer, un accidente de tráfico,
un ataque de pánico y cada una de las 22 estancias en las que ha vivido
componen, entre otros capítulos personales, la particular biografía de un libro
emotivo y magistral, cálido en cualquier invierno, medicinal, vital.
Al leer
a Auster me abruman las ganas de escribir. Siento placer recorriendo el sentido
de sus historias, de sus palabras. Nunca llegaré a su altura (no lo pretendo),
a la cotidianeidad de hacer sencillo lo más íntimo, por mucho que lo intente. Lo
que pasa es que envidio no poseer sus dotes naturales para compartir el calor de
mis realidades e invenciones con el interés anónimo de los lectores.
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