lunes, 15 de julio de 2013

MI REINO POR UN LIBRO

Calculo que el 70% de mis lecturas se consumen en el cuarto de baño, después de comer y de cenar, en mi casa o en la de cualquiera. Ya no concibo sentarme en el retrete sin un libro en las manos (en su defecto, un periódico), páginas que paso con voracidad sin tener presente el paso del tiempo. Conviene luego perfumar el aseo o conectar un ambientador. Por temporadas me siento un devorador de libros, son etapas de viciosa necesidad por navegar entre palabras, líneas e historias, salir de aquí y flotar allá, en cualquier otro lugar, acariciar las solapas, aspirar la esencia del papel. Leo mientras camino, mientras espero a que me atiendan en el banco o en la carnicería, mientras no empieza la película o en la cola frente a la taquilla (ah no, vaya, ahora ya no se forman colas en el cine), en la espera de alguien en el lugar en el que nos hemos citado o en el asiento del coche. Leo hasta saciarme en los aeropuertos, en los aviones, en autobuses, en los bancos de los parques, en la playa, en el sofá, en la cama. Leo en castellano y en inglés. Leo y vivo. Un día sin lectura es un día vacío.

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