Dios acostumbra a entrometerse, inoportuno y castigador, en los libros de Graham Greene, carcome la conciencia de sus personajes y los conduce a reflexiones y comportamientos extremos. El fin del romance, llevada al cine excepcionalmente por Neil Jordan en 1999 (antes por Edward Dmytryk en 1955), es una novela de odio, no de amor. Es el amor, puro y cruelmente pasional, lo que despierta el odio, intenso y rencoroso, cuando el amor precisamente huye o se desvanece.
Londres, a
finales de la II Guerra Mundial. Bendrix y Sarah se enamoran. Ella está casada
con un hombre bueno pero gris. Ama poderosamente a Bendrix, tanto que promete
dejar de quererlo si Dios no acaba con él después de caer herido entre los
escombros de una casa por un bombardeo aéreo. Bendrix vive y ella lo abandona
para partir en busca de Dios, para comprenderlo, para comprenderse, para creer.
Para creer en algo simplemente.
Greene salta en
el tiempo sin condenar a sus personajes, solo los expone desprotegidos antes,
durante y después del romance. Pasea por las confesiones de un diario, recupera
recuerdos, los estruja, se compadece de los débiles pero no les rinde una compasión
amable. Embiste con su prosa agresiva y sus sangrantes conclusiones. ¡Cuántas
veces hemos oído (o sentido) que el amor poco se distancia de la muerte!
No hay comentarios:
Publicar un comentario