
Swift me aturde, también me deleita. Cuando cambia el ritmo de su narración e interrumpe las frases para cambiar la corriente o sugerir desenlaces, por ejemplo, me desconcentra; o cuando hace gala de su prestidigitadora capacidad para rizar el relato. Pero cuando penetra en el alma frágil o anhelante de sus personajes marcados por traumáticos acontecimientos, consigue estremecerme. Recurre a unas y a otras marcas de identidad en las cuatro novelas que he leído. El Domingo de las Madres, la más reciente, la más corta, es mi preferida, una pequeña maravilla del autor británico que, con idas y venidas en el tiempo, reiteraciones e inesperados lances y trances, (como en Graham Swift es costumbre) fluye sinuosa para dejar huella.
El Domingo
de las Madres en que las criadas tienen unas horas libres para reencontrarse
con quienes las trajeron al mundo deja a la joven Jane, huérfana, en una habitación
con su amante, el hombre que pronto contraerá matrimonio con la hija de una de
esas familias como a las que Jane sirve. Cuando él se marche y la deje sola,
paseando desnuda por la casa y abrazando libros viejos contra su pecho, su
vida, atraída por la fuerza de la lectura y la literatura, cambiará para
siempre. Hermoso libro.