domingo, 23 de febrero de 2020

LA SENCILLEZ COTIDIANA DE ANNE TYLER

Al terminar de leer una novela de Anne Tyler me digo: ¡Qué bien me cae esta mujer! Reunión en el restaurante Nostalgia, El turista accidental, ahora El hombre que dijo adiós. Son pocas las que han pasado por mis manos (al acabar una siempre me proponga que caigan más), suficientes historias para enviarme esa grata creencia de que estás ante una persona, la autora, con la que te gustaría pasar más de una larga tarde de conversación y compartir las alegrías y las angustias que te ofrece la vida, los momentos de cotidiana e inmensa felicidad y las pruebas de resistencia e integridad cuando recibes los golpes más duros. De eso tratan los libros de Anne Tyler: de parejas o familias humildes y sencillas que se separan o reencuentran, de adaptarse a nuevas etapas o rutinas, a pérdidas o a encuentros, de relacionarse con las seres que tenemos más a mano.

No hay pretenciosidad ni artificio en los libros de Tyler. La sencillez de su escritura es transparente y acompaña con sentido, naturalidad y entrañable humor a unos personajes tan de carne y hueso, tan próximos, como cualquiera de nosotros, casi siempre asentados en la ciudad de Baltimore. Es lo que hace de la facilidad una gran virtud. El hombre que dijo adiós es una delicada joya que realza la finura natural de su autora. Aaron repasa la compleja relación con su mujer a partir de su muerte, cuando trata de asumir el duelo con entereza hasta que ella se la aparece para resolver los asuntos que dejaron pendientes, pequeños roces que los unían y a la vez distanciaban en la esfera misteriosa que alimenta a las parejas.

martes, 18 de febrero de 2020

QUITARSE EL SOMBRERO ANTE ELVIRA LINDO

Que te rindas a Alice Munro y quieras fundirte en sus historias invisibles. Que vuelvas a caminar junto a Vivian Gornick o a imaginarte un futuro atroz con Margaret Atwood o a sobrevivir con Lucia Berlin. Que te reencuentres con Harper Lee. Que le abras más oportunidad a Joan Didion. Que descubras a Edna O'Brien. Que desees penetrar en las entrañas mórbidas de Joyce Maynard o Sally Mann. Que desees volver a ser niño/niña en Pipi Calzaslargas. Lee a la Elvira Lindo de 30 maneras de quitarte el sombrero y querrás perderte en los libros y las imágenes de estas mujeres, aunque no sea de literatura de lo único que se escribe.

Hace unos años compartí con Elvira Lindo sus 'noches sin dormir', recopiladas con ese título en un volumen que daba voz a sus vivencias y reflexiones por las calles de Nueva York. La escritora confesaba lo que veía y sentía, con quien hablaba y se cruzaba (conocidos o extraños) en sus paseos por la ciudad en el que durante buena parte del año convivía entonces con su marido, Antonio Muñoz Molina, quien de un modo similar ha recogido el enfoque personal de sus placeres caminantes en los textos Ventanas de Manhattan y Un andar solitario entre la gente. A una y a otro creo que me parezco en esa adicción por capturar el entorno en la intimidad de mi juicio con el ávido interés de explorador, de modesto analista de cuanto enseñan mis conciudadanos en el anonimato de la calle. A Elvira la leo de vez en cuando en sus columnas de El País. Me gusta la claridad de su escritura, la elegancia con que combate las ambiguedades y esquiva, con ironía y fino humor, los reproches que alguna vez le dirigen, y sus conclusiones directas. Comparto muchas de sus ideas y pensamientos. Disfruto ahora de esa virtud en 30 maneras de quitarse el sombrero. Treinta mujeres, treinta retratos de valentía, orgullo, honor y autenticidad de mujer.

Son varias las mujeres de letras que pasan por las páginas de este libro, y todas o casi todas vinculadas a la expresión artítica o la divulgación en este siglo y el pasado (Grace Paley, Olivia Laing, María Guerrero, Adelaida García Morales, Marjorie Eliot...). Lindo las elogia como personas y como artistas, en su gloria o en su tragedia, partiendo generalmente de un libro o una imagen, una anécdota, un sentimiento (la soledad, el miedo, la rebeldía), un gesto que muestra a esas mujeres como guerreras contra las convenciones, los prejuicios y las injusticias, muchas veces creadas por los hombres o la sociedad, que no admiten la convivencia con quienes tienen las agallas de quitarse el sombrero cuando no deberían hacerlo.