domingo, 24 de noviembre de 2013

DOS MILLER


Te das cuenta, cuanto más lees, de todo cuanto aún te queda por leer. Las novelas cortas me acercan al umbral de ese pelotón inabarcable en el que me esperan los autores que aún no me he llevado a la boca. Tener buena parte de sus obras al alcance hace excitante el acto mismo de sumergirse en sus lecturas, de probar el agua con la punta de los pies y, si la temperatura es agradable, animarse a llegar hasta la cintura y quizá, con el tiempo, mojarse el cuerpo entero con obras de más volumen, más profundas. Mis últimas incursiones literarias se detuvieron en dos Miller, Henry y Arthur, autores de los que te sabes unas cuantas cosas de sus vidas y obras pero que tardas en entrar en ellas.

De Henry Miller escogí Días tranquilos en Clichy, el encargo que le hizo un erotómano estadounidense, un relato breve sobre las correrías sexuales del protagonista, ese Miller/Joey insaciable y con los bolsillos vacíos por las calles fantasmales de un bohemio París de otro tiempo. Sucio, seco y desalmado en las descripciones, pero con las huellas grises de una añoranza poética en sus evocaciones. Intuyo que en otro momento de mi vida, allá cuando pocas veces has pisado la alcoba, lo habría encontrado excitante y hasta idealista. Pero no ahora.

De Arthur Miller abrí las páginas de Una chica cualquiera. La celebridad la alcanzó con su obra de teatro (Muerte de un viajante, Las brujas de Salem…) pero mi primer chapuzón me lo he dado con esta novela corta escrita en 1992 que se despacha en una hora, el mustio retrato de una mujer del montón que recuerda por qué de sus 61 años de vida tuvo 14 buenos y el resto vacíos. El activismo político de Miller aparece aquí rebajado, acaso arrojado en pinceladas para rebajar a la mediocridad las ambiciones grandilocuentes que los izquierdistas radicales en los años treinta y cuarenta. En el fondo todos queremos ser felices, “¿por qué no tomando lo que se nos ofrece, pidiéndolo si no se nos ofrece y sin lamentar nunca nada?”.

jueves, 14 de noviembre de 2013

DOS TRAGOS DE JOSEPH ROTH


"El plebeyo es ambicioso, el hombre verdaderamente noble es anónimo. En la nobleza innata existe una fuerza que es mayor que la luz que irradia la fama, mayor que el brillo del éxito, que el poder del que vence.”
El triunfo de la belleza

La cita más o menos periódica con la biblioteca me permite ir tachando nombres y novelas de la lista de autores y libros pendientes. Quería entrar en Joseph Roth hacía tiempo y antes de decidirme por su última y más recordada obra, La leyenda del santo bebedor, me lancé de nuevo a la tentadora colección de novelas breves que ofrece la editorial Acantilado. Al azar escogí El triunfo de la belleza y Jefe de servicios Fallmerayer.

De Joseph Roth sabía de su autodestructivo final, ahogado en alcohol y enfermedad, de su carrera militar y de la fría precisión con que su lenguaje describía acciones desesperadas o estados límite. Sumergirme por primera vez en sus relatos me ha desvelado a un autor sin compasión con sus perdedores, a quienes prefiere no juzgar mientras los acompaña hacia su deriva.

En estos libros breves, en parte inspirados por situaciones reales que le afectaban muy de cerca, como la enfermedad de su esposa, Roth se muestra como un misógino rencoroso que lleva al hombre a una perdición amorosa que primero lo quema y después lo anula o que lo elimina directamente. Peleles sin brújula, sus hombres caen presos del encanto repentino de sus obsesiones. La tragedia que los liquida anticipa la propia consumación de este amargo autor.

jueves, 7 de noviembre de 2013

LA COLÓN



El que resiste vence, creen algunos. Según… La Colón, entrañable librería de este y de otro tiempo, resiste. A la huida de lectores, a los bolsillos vacíos, a los alquileres por los cielos, a la hostelería que la esconde. En fin, se trata de resistir. Y de momento, ahí está, viva en una nueva calle, con la puerta abierta y ahora con un café al fondo, mientras lees un libro. Y todavía hay lectores y clientes fieles.

Allí, en la calle Real, compre mis primeros libros de cine y de música, recorrí hasta el alto techo las viejas estanterías de madera con sus libros ordenados por editorial. Los Cátedra para el bachillerato, los Anagrama de Narrativas, después los Compactos, Tusquets, Taschen… Las chicas que allí trabajaban me recomendaban libros o yo les pedía consejo. Compraba o regalaba. En la calle Olmos siguió la tradición en menos espacio. Menos oferta pero más selecta. Cambiaba el escaparate cada semana, se hacía temático, y una vez llegó a pasar allí la noche una mujer leyendo, ajena al paso de los viandantes. Yo seguía comprando, encargando, leyendo, entrando a mirar las novedades o a escuchar las conversaciones, a oír a las hermanas hablar de libros, de sus últimas lecturas.

Y seguiré en San Andrés, en la Nova Colón. La Colón. En busca de un libro.