En el lugar más inesperado hay un paraíso de lectura y un templo de libros. O una Villa del Libro. No todo está perdido. Hasta el sábado no había oído hablar nunca de Urueña (ni de miles de pueblos de España, aunque tengo vicios fascinantes con la geografía mundial y suelo perderme absorto por los mapas desde el visor de imágenes vía satélite de Google). Allí en Urueña, al oeste de la provincia de Valladolid, apenas hay 200 residentes y entre sus murallas medievales, desde donde en lo alto se divisa el interminable alfombra verde y parda de la comarca de Tierra de Campos, abren sus puertas más librerías que locales de hostelería. Desde 2007 el pueblo es la primera Villa del Libro de España. Con este atractivo fuimos hasta allí para deleitarnos con una deliciosa comida casera en un modesto mesón antes de entrar en alguna de sus pequeñas y entrañables guaridas de libros.
Las
librerías de Urueña (hay una docena) tienen libros de hoy y de ayer, ediciones
nuevas y ediciones antiguas, ejemplares raros o especializados, literatura sobre
temas locales y temas universales. Estuvimos en tres, de las que una (no diré
cuál) nos pareció decepcionante; en las otras dos, estrechas, con libros desde
el suelo al techo y la calefacción alta para combatir el frío penetrante del
pueblo castellano donde la vida parece haberse quedado entre los muros, nos
entregamos al íntimo placer de caminar despacio entre los libros, de agacharnos
para bucear o ponernos de puntillas para ver más allá de los bordes, de oler
libros, de palparlos, de imaginarnos cómo han llegado allí y adónde irán cuando
alguien los compre, de callar en el silencio o sobre el suave hilo musical en
el que se refugia la librera. Compramos seis, de los que la mitad no hemos visto
en ninguna otra librería. Tesoros o no, están ahora en nuestro hogar llegados
de un rincón de Urueña.