lunes, 27 de abril de 2020

¿VAS A TOCAR UN LIBRO?

¿Vas a tocar un libro antes de comprarlo? ¿Vas a tocar un libro que quizá puedas comprar pero que vas a acabar devolviendo a la estantería para seguir buscando (y tocando y abriendo) otro? Nos preguntábamos esto hoy en una conversación. Al otro lado del teléfono me hablaba una librera veterana de la ciudad, con la tienda cerrada desde hace más de un mes. Me contaba sus preocupaciones y lamentaba sobre todo (quizá más que las devoluciones, que la merma de clientes, que el desinterés por comprar libros cuando salgamos a la calle de nuevo con menos dinero) que su librería dejase de ser un lugar de encuentro y charla, que autores y novelas dejasen de flotar entre palabras con un café en las manos y el tiempo a nuestro favor para pasar buena parte de la mañana o de la tarde. Y nos intrigaba saber si los expertos, dentro de una o dos semanas o uno o dos meses, nos iban a pedir que por favor evitásemos riesgos de contagios de este dichoso virus que nos va a cambiar a todos tocando los libros que no fuésemos a comprar cuando vayamos a una librería; que no los abriésemos para ver las ilustraciones; que comprásemos a ciegas sin echar un vistazo a cómo empieza el libro o a uno o dos párrafos escogidos al azar; que no acercásemos nuestras peligrosas caras al papel y evitemos cualquier íntimo contacto con los libros. De verdad, ¿vas a tocar un libro la próxima vez que entres en una librería aunque sepas que no lo vas a comprar?

miércoles, 22 de abril de 2020

BESOS ENTRE LAS PÁGINAS (UN PEQUEÑO RELATO EN EL DÍA DEL LIBRO)

Podríamos haberlos tenido en casa. Los habría traído el servicio de reparto protegidos por un cartón y le habríamos puesto la firma a un recibo de entrega. Dentro del paquete habría un libro, dos libros. Los acogería en cambio como libros ilegítimos, lecturas próximas que no habríamos elegido en nuestras librerías, ni palpado ni imaginado lo que contaban hasta convencernos de que eran la elección correcta. Begoña no me habría preguntado qué tipo de libro andaba buscando, Alejandra no me habría sugerido los que a ella más le habían gustado, Eva no pensaría que a mí me podría gustar aquel libro y a ti, por lo que has comprado otras veces, te podría atraer aquel otro.

Si no nos tuviéramos el uno al otro seguiríamos regalándonos libros cada año al llegar a esta fecha, pero no tendrían dedicatoria ni habrían pasado por el proceso de búsqueda, corazonada o intuición, elección y expectación en los límites íntimos de una librería. Sería un ritual incompleto que terminaría allí, al recibir de la librera el libro envuelto en papel de regalo o en una bolsa; una tradición para nosotros mismos, sin la recompensa posterior de la satisfacción que supone ofrecer un poco de uno para el otro.

Pero el caso es que nos tenemos, aquí estamos y aquí seguimos, hilvanados de algún modo difuso por las lecturas que forman parte de nuestros días. Yo leo a todas horas porque si no lo hago me siento vacío; no me importa lo que pase por mis manos, todo me ofrece algo de interés o aprendizaje, un conocimiento sin el cual podría seguir con la sensación de que en otras adicciones obtendría un parecido bienestar, pero que siempre concibo como algo más que una distracción enriquecedora. Ella no lee tanto como cuando empezamos a dedicar este día a comprarnos libros, tiene sus razones y circunstancias y las comprendo, aunque suelo deslizar con frecuencia el atractivo de una historia o la mención a un autor, cuando no la sugerencia a invertir el tiempo libre a no dejar una lectura sin avanzar, para alimentar la esperanza de que se vuelva a enganchar a los libros.

Hoy no hay libros nuevos en casa. No importa, aún nos quedan demasiados por abrir que esperan de otros meses, de otros años, de madrugadas largas y mañanas soleadas, testigos de una vida en la que nos tenemos desde un Día del Libro distinto en el que empezamos a leernos por fuera y por dentro.