domingo, 28 de diciembre de 2014

DICIEMBRE, 2014


Entremos en autores y estrenemos lecturas, nos decimos siempre tras consumir a los habituales, a aquellos en quienes solemos confiar. Diciembre apostó por esta apuesta diferenciadora. Dos mujeres: la fértil Joyce Carol Oates con una rareza gótica, El primer amor, perturbador cuento para que huyamos de quien se entrega demasiado a la fe y confunde sus senderos; Elena Poniatowska con Querido Diego, te abraza Quiela, desgarradora radiografía epistolar, al estilo de Carta de una desconocida (gracias María), del amor no correspondido por parte del desalmado Diego Rivera por Angelina Beloff.

Otra mujer entregada a la escritura, Iris Murdoch, ganadora del Booker Prize en 1978 con El mar, el mar. Larga, estilosa, detallista, pulcra, intensa, obsesiva, magistral. De cómo el aislamiento recrea nuestra existencia a su antojo, revive fantasmas y juega con ellos en esferas de realidad en continua fricción con deseos y ficciones. Asombroso festín del lenguaje.

Bruce Chatwin murió poco después de terminar Utz, la crónica de un coleccionista y sus caprichos y rigores para llenar su apartamento de piezas de porcelana. El Nobel Kenzaburo Oé convirtió La presa en su primera novela. La infancia observa con sus ojos limpios lo que los adultos estropean. Niños fascinados en una aldea japonesa con un inmenso prisionero negro capturado durante la guerra.

Al único autor repetido que el mes le concedió otra nueva oportunidad sin más resultado que el de la imposible conciliación fue a Philip Roth. Sale el espectro es un capítulo más de las obsesiones miserables de Zuckerman que promete al arrancar, en cuanto el personaje regresa tras un largo periodo a la civilización, y decae cuando Roth, como siempre, se ahoga en sus complejos de victimismo judío e invita a pasearse por la anodina trama a personajes sin fuerza ni interés.

Felices lecturas a todos en 2015.

lunes, 15 de diciembre de 2014

EL ESCRITOR APARTADO


Los escritores buscan el silencio del retiro, de un alejamiento provocado y purificador. Para explicarse. O para comprender. O para recibir el rayo huidizo de la inspiración con el que iluminan el camino por el que avanzar erguidos y el curso que siguen las ideas y las líneas con las que cuentan lo que está más allá de lo que ven y más dentro de lo que sienten. Un lago en el bosque, una cabaña en lo alto de un acantilado, un balneario en la cima de un valle, un viaje en solitario… Por eso en sus libros atribuyen a sus personajes sus propias jubilaciones y se muestran apartados y en su propio recogimiento.

En algún momento siempre entra uno de estos hombres y mujeres en estado de aislamiento en las lecturas que escojo. Queriendo o no. Alguien que recuerda un lejano amor, o los capítulos de una vida, o un talento malgastado. Alguien que escapa de sus semejantes y pone orden a su biografía, que persigue respuestas fugitivas o el modo de encontrarse a sí mismo. ¿En qué consiste si no la literatura?

sábado, 29 de noviembre de 2014

NOVIEMBRE, 2014


Canadá, la última novela de Richard Ford, fue la lectura del mes a la que dedicar varios días. Su atrayente historia y el trasfondo que lleva consigo (el aprendizaje en situaciones adversas, el abandono, la soledad, la crudeza de una vida sin definir a ambos lados de la frontera…) prometen más de lo que ofrecen. Porque Ford arranca con una mención a un atraco y a unos asesinatos y ambos incidentes no ocurren hasta 200 y 400 páginas más adelante y antes sigue aludiendo a ellos. Porque quiere demasiado a unos personajes muy poco queridos. Porque se recrea (y repite) descripciones, rutinas, relaciones. El dramatismo de su fondo está por encima del modo medianamente brillante con que el autor lo cuenta.

Lecciones de periodismo novelado, o de novela reportajeada. Hacía tiempo que no acudía a García Márquez y entré en Crónica de una muerte anunciada para disfrutar de la maestría con la que entrelazar literatura y narración periodística. De forma desgarradora, desalmada, única.

Otra clase magistral de periodismo literario, el que el reportero neoyorquino Joseph Mitchell convirtió en su deliciosa novela El secreto de Joe Gould, retrato entre entrañable y surrealista de un estrafalario personaje de las calles y los tugurios de la Gran Manzana.

Probé con Zoé Valdés en La nada cotidiana, grises desdichas de una mujer esclava de su torpeza sentimental y enfrentada a su patria, o la ausencia de ella. Probé también con Eudora Welty, querida cuentista del Sur estadounidense en la bobalicona e infantil El corazón de los Ponder. Y visité de nuevo a Joseph Roth en El espejo ciego, preciosista variación de folletín que discurre por las ilusas desventuras de una joven traicionada por los sueños en la cruda realidad.

Un postre para el deleite final: Bob Dylan. La trilogía del tiempo y el amor. Análisis preciso y pasional de tres sublimes álbumes del maestro a cargo del periodista musical Eduardo Izquierdo.

lunes, 24 de noviembre de 2014

EL ESCRITOR QUE SOMOS


Quienes leemos mucho y escribimos bastante (digamos que a diario por exigencias laborales que se preocupan por cumplir con el servicio de la información) dialogamos a menudo con ese escritor que llevamos dentro. O nos peleamos con él. En aguijonazos de felicidad o jaquecas de tristeza recurrimos al papel en blanco para dejar constancia de lo que se pierde en las palabras habladas, para plasmar en trazos negros o azules la radiografía de un momento y todo lo que lo rodea. Ese escrito es parte de nosotros, nos describe cómo somos.

¿Cómo expresarnos? ¿Cómo comprendernos? No hay nada más eficaz que hablar o escribir con sencillez, dejarse de florituras y oraciones largas, reflexiones profundas que caen a un abismo. Bien sabemos que no es tan fácil como parece. Otras veces recurrimos a jeroglíficos o piruetas expresivas que nuestros lectores no sabrán descifrar, con los que creemos que así reflejamos mejor el verdadero estado de nuestras emociones. Vale, el escritor escribe para sí mismo, pero no debe olvidar que compartir es la mayor virtud de su actividad. Y otras veces, estrangulados por esa pelea con la impaciencia, el desasosiego o la falta de verdadera paz para ponernos a escribir rodeados de silencio, hacemos pedazos el papel. Y volvemos a leer, y regresamos a la escritura, leemos, escribimos…

jueves, 13 de noviembre de 2014

BRINDIS POR EL TRADUCTOR / BERTA VIAS MAHOU


Ahora suelo fijarme en los traductores. Su trabajo es fundamental en el disfrute de un libro que nos llega filtrado desde la pluma y la intención del autor que escribe en un idioma que no es el nuestro. A través de la interpretación y la intuición de un traductor los textos, en su fidelidad a las palabras y las frases originarias, nos deben llegar fluidos con otro ropaje, convertidos en la voz próxima de un autor que se expresa en un lenguaje ajeno. Admiro tremendamente la destreza del traductor para entrar en los misterios, trucos y travesuras de otro idioma y en los propósitos expresivos de un escritor y transformar todo ese torrente de palabras en un texto distinto aunque gemelo e inseparable del original. Y me fijo en que algunos traductores repiten con ciertos escritores, son sus socios de viaje hacia su conexión con los lectores de todo el mundo.

Hoy entrevistamos a Berta Vias Mahou en el periódico, quien supo que era la ganadora de la edición de 2014 del premio Torrente Ballester por su novela Yo soy El Otro. Recordé lo mucho que Berta me ha hecho disfrutar con sus traducciones para Acantilado de autores de lengua alemana como Joseph Roth y Stefan Zweig. Su nombre acompaña al de la obra en las cubiertas de los libros de esta editorial. Y de ese modo, me alegré por ella sin conocerla en absoluto. Y celebré el embrujo de la literatura.

viernes, 31 de octubre de 2014

OCTUBRE, 2014. DE RELATOS Y PERROS


La sesión profunda del mes trató de comprender las virtudes dedicadas a Las correcciones, de Jonathan Frazen, decepcionante aunque a ratos certero retrato familiar del desentendimiento comentado más abajo.

Octubre fue mes para pequeñas dosis de emociones, trozos de vida recogidos en colecciones de relatos desde distintos enfoques. Los del francés Olivier Adam en Pasar el invierno empujan al lector hacia las desolaciones, soledades, perdiciones y caminos sin retorno y con poca esperanza que dibujan las sensaciones invernales. No levanta el ánimo, desde luego. Los de Javier Marías en Cuando fui mortal reúnen juegos, ideas, reflexiones y paradojas sobre la muerte; brillantes algunos, fútiles otros, a lomos de esa prosa esmerada y cabalgante del autor que a veces se relame en sus lindezas y huye del foco. Los de Julian Barnes en Pulso combinan desenfrenados y ambiciosos diálogos nocturnos entre amigos tras la cena por un lado y punzantes y hermosos episodios de nostalgia a flor de piel por otro.

Un regreso al Woodstock que no vivimos pero que podemos meternos bajo la piel con las fascinantes imágenes y cercanos testimonios que almacena Woodstock. Three days that rocked the world.

Una novelista conmovedora para terminar. Los perros negros (es sano tener en la mesilla a Ian McEwan), o como a partir de un supuesto hecho repugnante descubierto por un narrador atraído por los interrogantes de la existencia que une y separa a sus suegros, nuestra conciencia puede cambiar del blanco al negro, transformar nuestros ideales, nuestra vida, y replantearnos la consistencia de la fe y la razón.

sábado, 25 de octubre de 2014

LAS CORRECCIONES FATIGOSAS DE FRANZEN


Por unos días, unas semanas, respiras como ellos, como los personajes de un libro denso y extenso. Te aproximas, más allá de la superficie, a los latidos de una vida paralela. Entras en sus experiencias, compartes sus penurias, juzgas sus decisiones, los compadeces o los desprecias, quisieras ser su amigo o hundir la daga hasta sus huesos.

Te dejas llevar por el río de palabras por el que discurre un libro del que pierdes la cuenta de las páginas que vas pasando. La experiencia es unas veces apasionante y adictiva, no quieres que llegue al final; otras veces es cansina hasta la desesperación, aunque te mantienes entero, sin desfallecer, para no abandonar y acabar llegando al último punto.
Hasta que termine el año reservo dos tomazos de más de 650 páginas, uno por mes. Son ediciones de bolsillo, más cómodas de leer en cualquier parte. Me gusta ese placer exigente. Comencé en octubre con Las correcciones, del norteamericano Jonathan Franzen. El diagnóstico tiene poco de fascinante y bastante de de agotador y pretencioso, lo que me desalienta para darle la oportunidad a otra de sus obras aclamadas, Libertad.

Convienen matices. Quería entrar en la profundidad analítica de este elogiado retratista de la familia americana y la que protagoniza esta novela, con la que el autor consolidó en 2001 las alabanzas a su obra, despierta una intensa antipatía, rechazo y vergüenza. Un padre incapaz de sentir y educar que cae en las garras de una enfermedad degenerativa; una madre sumisa, ilusa y cegada por la estupidez; un hijo sin rumbo, aventurero de su incompetencia; otro hijo amargado y tratado como un pelele; y una hija incapaz de encontrar el amor, la única con un poco de razón y equilibrio. Cuesta encontrar asomos de simpatía.
La prosa de Franzen hierve y burbujea con diálogos largos y tensos, pero también fatiga con desvaríos e historias vinculantes que se descontrolan; hay fragmentos brillantes, tan crudos que duelen, pero los hay soporíferos y cargados de reflexiones grandilocuentes.

viernes, 10 de octubre de 2014

LO QUE SOBRA


“En toda novela sobran cosas; y por lo general, cuanto más gordo es el libro, más cosas habría que tirar. Y esto es especialmente verdad respecto a los clásicos”. La reflexión es de Rosa Montero en un artículo sobre La montaña mágica recopilado en su libro El amor de mi vida. De acuerdo (qué insufribles Settembrini y Naphta en tan magnífica obra). Añado que en los no tan clásicos también es verdad: sobra demasiado.

Cuando el hambre por llevarte autores nuevos a la luz de la lámpara se hace más latente, tragas de todo; muchas veces empiezas por obras cortas, bocados de aperitivo que te empujen a probar novelas más largas, platos más copiosos; otras veces te sientes con ganas de empacharte con una comilona entre pecho y espalda, y claro, no puedes con todo: hay trozos de carne dura (descripciones, reflexiones, monólogos, personajes que no aportan nada, situaciones intrascendentes, desvíos argumentales…) y otros trozos que entran como el puré.

Tenía ganas de libros densos, que te lleve semanas masticar. Ando por la mitad de una novela de más de 650 páginas, la tercera novela de J.F., a la que me resulta difícil descubrirle las razones de sus alabanzas. Todavía me esperan otras dos de la misma extensión, de autores distintos, Eugenides y Murdoch. Lo que ahora tengo entre manos me resbala cada veinte o treinta páginas: porque me pregunto a qué se deben tantas líneas para conocer a sus patéticos personajes; por qué no hay situaciones atrayentes con las que tejer un interés constante; o si es necesario introducir el diálogo de un personaje con sus propias heces. Ah, la literatura y sus vergüenzas.

sábado, 27 de septiembre de 2014

SEPTIEMBRE, 2014


Estreno autoral en septiembre. Autores que por haches o por bes quedaron hace tiempo reservados para momentos posteriores, a los que nunca antes encontré ocasión o interés. Siempre llega la hora si la lectura es droga. Tres británicos. Sudáfrica. Austria. Escocia.

Stevenson. El de El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Angustiosa confesión de la bipolaridad traumática. No era necesario forzar el argumento y llevarlo hasta el experimento científico para indagar en las sombras ocultas de la personalidad.

Schnitzler. El de Relato soñado, germen del último Kubrick, bastante fiel en la adaptación. Sueño viajado por las profundidades de la inquietud sexual y las pasiones reprimidas. Fría y asfixiante resulta la conducción en monólogos.

Coetzee. El de Infancia, primera de sus memorias noveladas. No me importa en absoluto el ruido del aspirador cuando su madre lo utiliza. El niño-autor no tiene ni gracia ni encanto. Alguna anécdota enternece, pero ahí te quedas.

Fowles. El de El coleccionista, iniciado hace años y retomado ahora. Un monstruo patético, un inadaptado incorregible y patético rapta a una mariposa paciente y piadosa. El autor, preciso y audaz en el salto de perspectiva, es demasiado cruel.

Le Carré. El de El hombre más buscado, entrega reciente de sus creaciones de espías. El hilo atrapa por su agilidad y sus descripciones hasta que personajes y situaciones se vuelven familiares para el autor y distancian al lector, que ya no se siente invitado al desenlace del enigma.

Austen. La de Los Watson, breve obra inconclusa, de una ligereza entrañable, más sabia en su hondura irónica y crítica que en su apariencia chismosa y frívola. Convienen liviandades como estas tras lecturas fatigosas.

jueves, 18 de septiembre de 2014

PÁGINAS ABIERTAS, NUEVAS VIDAS

Si no me fallan los recuerdos ni las cuentas hasta la fecha he leído al menos una novela de 86 escritores norteamericanos, una como mínimo de 37 autores británicos y una de 36 españoles. Me han interesado 19 novelistas franceses y 9 italianos. También algunos alemanes, rusos, irlandeses, polacos, austríacos y canadienses. Y hay algún turco, colombiano, japonés y sudafricano que en algún momento me han atraído. He repetido con unos y a otros no les he dado una segunda oportunidad. Seguiré acudiendo a algunos y descubriré nuevos. Dependerá de las apetencias. ¿Qué buscamos cuando abrimos el libro de un autor al que nunca antes hemos leído?

Dejamos que la literatura y sus historias fluyan de manera natural. Una trama original, un giro inesperado, una descripción preciosista, diálogos concisos, explicaciones prolijas, palabras sin fondo, silencios que hablan, sueños reales, libertad para la imaginación. Misterio, obsesión, tragedia, comedia, terror, parodia, juego, ciencia ficción., fe. No importa en el fondo. Se trata de entrar en una vida nueva y hacer que acompañe a la nuestra.

viernes, 29 de agosto de 2014

AGOSTO, 2014

En vacaciones en carretera, playa, montaña y piscina y de vuelta a la faena en las horas reservadas a la lectura… vidas narradas, cuentos entrañables y odiseas extraordinarias iluminan el repertorio de agosto.

De vidas ajenas explora, como tanto le gusta a Emmanuel Carrère, lo que esconden con y sin celo existencias comunes afectadas por hechos o sucesos traumáticos. En este caso, la relación de dos jueces a raíz del fallecimiento de uno de ellos. La muerte y la superación, la lucha contra la injusticia. Brillante.

Divertido es el singular tratado Estrategias sobrenaturales para montar un grupo de rock, del músico Ian Svenonius por cortesía de Blackie Books. Lúcido en su ironía, provocador en sus teorías y sabio en el sarcasmo de sus visiones sobre los orígenes, fines, vicios, actitudes y otros clichés que hacen tan atractivo el rock and roll.

Pruebo con Andrea Camilleri y una de las historias de su detective Montalbano, El perro de terracota, pero poco me aporta más que alguna risa leve. También con Gérard de Nerval y su pequeña Sylvie, nostálgico cuento sobre el tiempo perdido y las oportunidades desaprovechadas.

Relatos: un cajón de sastre es la antología Nueva York, de la editorial M.A.R., con breves cuentos de firmas ilustres (O. Henry, Chimes, James, Fitzgerald) y un largo puñado de plumas nacionales poco conocidas ofreciendo visiones particulares de la gran ciudad. El compendio es irregular. De paso obligado por la feria anual del libro antiguo y de ocasión, atrapo El fantasma de Canterville y otro par de relatos fantásticos de Oscar Wilde en un mismo volumen. Sutil ironía, humor tierno, finura magistral.

En 2004 el actor de cine Ewan McGregor y su amigo del alma Charley Boorman se embarcaron en una apasionante aventura que les llevó a conducir sobre sus motos desde Londres a Nueva York cruzando países como Ucrania, Kazakistán o Mongolia. Fueron tres meses y medio que cuentan con sus voces los dos protagonistas en Long way round, volumen que acompañó a una serie de televisión que recogió aquel fantástico viaje. Compré el libro hace tres años y medio por 2,5 libras en un mercadillo de Londres… tiempos inolvidables.

domingo, 24 de agosto de 2014

DE HOY, VIAJES, LIBROS Y SECRETOS… Y OSCAR WILDE


Al cruzarme con una pandillita de mocosos de última generación, tres crías y tres críos, ninguna y ninguno llevaban el teléfono móvil en el bolsillo o la mochila; todos iban con la maquinita en la mano lanzándole el ojo cada tres segundos o escuchando música hortera a través del aparato mientras se gritaban en plena calle. Hace poco una pareja sentada se cruzaba las manos al resguardo de un soportal; con la otra mano cada uno en el silencio más distante entraba en el mundo virtual que le enseñaba el teléfono móvil. A veces me conmueve ver pasear a alguien con un libro bajo el brazo o leer en una terraza de verano. El otro día un hombre vino a consultarme un asunto al trabajo y al reposar una carpeta sobre sus rodillas dejó ver que también llevaba encima un ejemplar de una traviesa novela de Nabokov. Ay.

Muchos de mis libros no salen de casa. De la tienda pasan a la estantería, primero a la espera de ser leídos, después debidamente colocados entre otros libros. Pero otros libros tienen kilómetros y recuerdos encima. Los llevo en la maleta allí a donde voy: a la playa, al campo, a unas vacaciones cerca, a un país diferente: Carrère en Asturias y Saint Malo, Por favor mátame en New York, Bullet Park y John Fante en Jerez y Cádiz, espías británicos en Marsella, Capote y sus retratos en Cravovia y Dublín, El sentido de un final en Londres, Michael Chabon entre Múnich y Milan, John y Mary en Manchester, relatos de Du Maurier en la Isla de Wight, El mar en París y Auster en los aeropuertos de todas partes.

De evasión por los pasillos polvorientos de las librerías de segunda mano y las tiendas de todo de cuanto la gente se deshace por unas pocas perras, me encuentro con ejemplares repetidos, pobres o mediocres obras de las que sus primeros dueños se avergüenzan o que simplemente no les gustaron. Yo también me he desprendido de alguna lectura horrorosa (Doris Lessing, Agustín Fernández Mallo) por unos miserables euros que me dieron más placer que el tiempo que dediqué a esas novelas. Pero no logro comprender por qué en un bazar de estos en los que los libros viejos se apilan en montañas tropiezo en un solo paseo con cinco ejemplares de editoriales diferentes de El amante de Lady Chatterley y con tres de El gran Gatsby.
Un breve cuento de Oscar Wilde, La esfinge sin secreto, de apenas diez caras, descubre un misterio maravilloso. Intrigado por la visita a una casa de una mujer de la que se ha enamorado con locura, un hombre que confiesa sus desvelos al narrador cuenta que al fallecer el objeto de su pasión, que nunca le había revelado por qué acudía a aquella casa, se presenta en la misma y le pregunta a la señora que lo recibe en la puerta cuál era el motivo de las visitas de su amada. “Simplemente se sentaba en el salón y leía libros, a veces tomaba el té”, le responde. El propio Wilde decía (en ese mismo relato) que “las mujeres están hechas para ser amadas, no para ser entendidas”. Ay ay ay.

viernes, 15 de agosto de 2014

ENTRE LÍNEAS


Te encuentras con un viejo conocido con el que has alargado la frecuencia de los contactos y retomas aquellas charlas apasionadas. “Vamos a tomarnos algo”, propones. Ponerse al día es volver a hablar de películas (románticas, por ejemplo, o algún western), escoger doce apóstoles del jazz (tú no elegirías ni a Baker ni a Coltrane e incluirías a Donald Byrd) y repasar libros y autores: Roth, Marías, Cheever, Carver, Salter, Vila-Matas, Trevor, Carrère, Zweig, McEwan, Ford, Banville, Auster. Llegas a casa, contagiado por los deseos del azar y lo que encierran las líneas y palabras, y continúas dando vida a tus relatos.

miércoles, 30 de julio de 2014

JULIO, 2014


Un mes ramplón, de lecturas censurables y olvidables (la mayor parte) pese a disfrutarlas a la intemperie.

Un experimento. El de Laurent Mauvignier con Lo que yo llamo olvido, 50 páginas sin un punto en un único párrafo. Un suceso mortal y bochornoso narrado caprichosamente de corrido hasta la extenuación. ¿Es que no hubiera sido un relato más que digno (y brillante) contado de forma más convencional?

Olvidemos estos libros. Te llevaré conmigo, primer contacto con el joven y alabado autor italiano Niccolò Ammaniti, observador costumbrista de historias cruzadas con personajes arquetípicos sin brújula manipulados torpemente y sin control hacia un desenlace abrupto y poco creíble. Y Juego y distracción, vanidosa nadería del encumbrado James Salter: encuentros sexuales de una pareja que deambula por Francia sin nada que hacer ni contar; torrentes descriptivos y postureo meditabundo de diván.

Lo que hay detrás de una canción monumental lo desgrana con bisturí puntilloso y trascendencia desmedida Greil Marcus en Like a Rolling Stone. Bob Dylan en la encrucijada: mejor pinchar a Dylan una y otra vez.

Volver a los libritos de Stefan Zweig ayuda a borrar agrias sensaciones y a despejar el juicio, pero Los milagros de la vida es su relato largo más flojo: por su espiritualidad grandilocuente y su brillante léxico al servicio de una transformación extrema con la que explicar los enigmas de la fe.

John Banville se entretiene en El intocable con un dilatado relato de espías pulido con el lustre de una prosa deslumbrante pero cojo por su falta de emoción. Ahora sí vislumbro a Nabokov en la escritura juguetona del irlandés, su erudición y sus argucias malabares.

Después de lecturas fatigosas y decepcionantes aligeré el menú con Viajeras (Editorial La Viajera), ameno y práctico manual que orienta a las mujeres a preparar y afrontar viajes en solitario con el que no tuve por qué meterme en la piel del otro género para (desintoxicarme y) dejarme llevar por el placer sin precio de viajar.

Y pongo el cierre (me sorprendo encadenando lecturas) con el abajo mencionado libro de relatos de Raymond Carver.

viernes, 25 de julio de 2014

CARVER Y LA INSATISFACCIÓN


La huella que dejan sobre la arena de nuestros sentimientos muchos de los relatos de Raymond Carver tarda en ser cubierta por las olas. “Historias en las que una y otra vez, y con distintos protagonistas, se narra ese instante de sombría belleza y terrible verdad en que, de repente, lo comprendemos todo, y la vida ya nunca podrá volver a ser la misma”. Mejores palabras que estas de la cubierta trasera de una de sus colecciones no encuentro.

Cuando empecé con Carver no le hallé la gracia (que no la tiene). Me parecían sus historias fragmentos sin principio ni fin de anécdotas o situaciones cotidianas. Vale, ¿y qué?, me preguntaba perezoso, bisoño. Volví años después a zambullirme en más relatos, a los que les fui descubriendo las palabras calladas, esos desenlaces abiertos y a la vez concluyentes que escondían tragedia, vacío, miseria, soledad y sobre todo una incorregible insatisfacción.

Pasa el tiempo y vuelvo a Carver. Si me necesitas, llámame guarda cinco relatos editados por su esposa años después del fallecimiento del autor, cuando los encontró entre sus papeles. La incertidumbre que sucede a las resacas, la amargura de la separación y las lagunas en la comunicación los unen. Con el lenguaje justo, diáfano, doloroso. Jodido acabas.  

domingo, 20 de julio de 2014

LOS LIBROS QUE PASAN...


Tú y yo y nada más que la imaginación, una historia que robamos y hacemos nuestra, que nos guardamos para siempre al otro lado de las páginas. Huir de la lluvia, apartar las nubes, tumbarse al sol sin tiempo ni estación. No escuchar sino el viento tibio y el lento baile de la hierba, el mar que murmura lejos, la voz de un niño aún más allá. Y las hojas de este libro que mis dedos pasan.

sábado, 5 de julio de 2014

DESVARÍOS DE LA ESCRITURA


Escribir.
Resumir, informar, transmitir, compartir.
Hay libertad para todo.
Traducir un informe de gestión al lenguaje de un reportaje. Narrar las etapas de un suceso. Condensar los 90 (o 120) minutos de un partido de fútbol infumable en cuatro párrafos que envolverán pescado o recogerán mierda de perro. Contarle a los demás lo que yo pienso aunque a nadie le importe pero creer que a alguien le importa. Hacer literatura. Leer.
Palabras que se lleva el viento y desaparecen.
Contar de corrido, sin puntos pero con comas, lo que rodea a un hecho traumático en 58 páginas. Extender hasta las 400 y pico páginas cuatro historias entrecruzadas que ocurren en el espacio de tres días y que no tienen ningún encanto. Describir en tercera persona la insulsa historia de amor entre dos personas con lirismo pedante y empacho descriptivo. ¿A quién le importa?
Mauvignier. Ammaniti, Salter. ¿Y ahora qué coño voy a leer?

viernes, 27 de junio de 2014

JUNIO, 2014

"Nunca hice fortuna, de hecho con frecuencia he estado endeudado, pero maldita sea, esto es lo que quise hacer y he sido capaz de hacer durante casi 50 años, y no he tenido que hacer nada más, así que, ¿qué más puedo pedir? Quise ser un músico y soy un músico, y de eso es de lo que se trata” (The mayor of MacDougal Street)

Pues eso, que Banville/Black cayó este mes con otra lectura, la de la sobrevalorada La rubia de ojos negros, un ejercicio de respetuosa nostalgia al universo de Raymond Chandler con tanto lustre exquisito en su forma como simpleza en su fondo.

Otras decepciones: A la deriva, primera incursión en Penelope Fitzgerald, un lejano premio Man Booker sobre la supuesta experiencia traumática de quienes toman las barcazas del ría Támesis como forma de vida. Una pena en observación, reflexiones desesperadas y honduras en la consistencia de la fe que hace C.S. Lewis tras la muerte de su esposa, adaptadas magistralmente en el film Tierras de penumbra pero insistentes y en exceso compasivas en la novela corta del autor.

Por el contrario, estimulantes descubrimientos: La camarera, relato alienante del alemán Markus Orths sobre la fusión obsesiva de una limpiadora de hotel con la vida de los inquilinos de las habitaciones. Y Léon y Louise, obra nostálgica, sin caer en el pasteleo ni en la facilidad de recursos, sobre las azarosas travesías que por separado recorren dos personas llamadas a amarse de un modo ajeno a lo convencional en un largo periodo que cubre las dos guerras mundiales; firma con ternura y elegancia el suizo Alex Capus.

Dos lecturas en inglés. Desde el comienzo del año fui leyendo poco a poco, hasta terminar este mes, uno de esos libros sobre crímenes verdaderos tan consumidos en UK y USA. Es el denso repaso a la atroz figura de Ted Bundy, ejecutado por el crimen de una treintena de mujeres en los años setenta. Su amiga y escritora Ann Rule escribe The stranger beside me, con profusión de detalles, rigor analítico y ardiente sinceridad. El músico Dave van Ronk y Elijah Wald convirtieron en obra la radiografía del Greenwich Village de los años explosivos del folk americano. Desfilan artistas de primera y segunda categoría, anécdotas y ambientes generosos en detalles y tipos entrañables: honesto, pasional y divertido, The mayor of MacDougal Street.

sábado, 14 de junio de 2014

BANVILLE – BLACK, DUELO DESEQUILIBRADO


La balanza de lecturas se inclina hacia Black, que gana por 4 a 1 al autor de nombre real, Banville. Pero el último Príncipe de Asturias de las Letras me seduce más con la única obra Banville que le he leído y el interés por las que esperan turno para ser leídas (pronto caerá alguna) que por las cuatro que ya he despachado con el pseudónimo por firma, el Black que destila novela negra.


Palpita sin límites el placer de John Banville por la escritura, honda y profunda en El mar, elegante y descriptiva, rescatadora de una atmósfera brumosa y nostálgica, en El otro nombre de Laura, En busca de April, Venganza y La rubia de ojos negros. Necesito más páginas del conmovedor estilo de Banville para emitir juicios más precisos, aunque me atrevo a rebajar los beneplácitos que recibe la obra con la que el autor se recrea bajo el nombre de Benjamin Black. No está mal, pero…

Me agradó Laura, me abrumó de decepción April, me dejó frío Venganza y ahora no cato sabores ricos con esta rubia de ojos negros sin pizca de encanto con la que Banville/Black, con permiso de los herederos de Raymond Chandler, ha resucitado a su detective Phillip Marlowe y al turbio ambiente de investigaciones, crímenes, secretos y seducciones en que se movía. El Black de Banville vive su escritura y se regocija en ella, pero explora lugares y tipos comunes y repetidos que pierden verosimilitud. En breve, como digo, algo de Banville.

viernes, 30 de mayo de 2014

MAYO, 2014


Lennon, el libro abajo comentado, fue mi reconciliación 'beatle' este mes de mayo. Retrospección entregada a la pasión, transformación perspicaz en el mito por parte de David Foenkinos.

Un trío británico para continuar. Acudo a menudo al grupo de novelistas ingleses consagrado a finales de siglo pasado, más que nada para pasearme por la isla y sus personajes, su idiosincrasia y su grisácea fascinación. Julian Barnes, Ian McEwan y Kazuo Ishiguro. De Barnes leo Antes de conocernos, no su mejor trabajo pero sí una obra intrigante y turbadora: el carrusel peligroso en el que entran los celos. A McEwan le dedico un viaje agradable en carretera para deslizarme por su última novela, Operación Dulce, ejemplar argumento de espionaje y romanticismo en la narración absorbente y un tanto ingenua de su protagonista femenina. Con Los restos del día regreso a la sensibilidad atemporal de Ishiguro y repaso la trama de la película en que hace años se convirtió esta obra: los recuerdos de un mayordomo y la defensa de la dignidad cuando se acerca a las horas de la noche.

Mi primer contacto con el último premio Nobel, Alice Munro, es Mi vida querida, su más reciente colección de cuentos. Conmueve el fatalismo de sus desenlaces, la insustancialidad de sus personajes, los imprevistos descorazonadores o traumáticos de cada historia y la desazón picante que deja la lectura rítmica de esta autora canadiense, observadora lúcida de las ideas y angustias que nos acompañan y no sabemos cómo expresar.

Un aperitivo. Antes de adentrarme un año de estos en Las correcciones o Libertad, despacho en menos de una hora Zona templada, ensayo-relato de Jonathan Franzen sobre la huella anecdótica que en su infancia dejaron las viñetas de Snoopy y Charlie Brown.

martes, 20 de mayo de 2014

LENNON… EN EL DIVÁN


"Me avergüenzo, pero el rock es un rejunte de canallas"

La fiebre beatle suele distanciarme del fenómeno, del mito, la cultura, la historia… Escucho a los Beatles cuando nadie habla de ellos, cuando no hay nuevos documentos sonoros, visuales o gráficos en el mercado ni nadie se pone a recordar lo grandes que eran y lo mucho que han inspirado a todos. Cae en mis manos, cuando hace tiempo que no escucho a The Beatles, Lennon, una peculiar biografía escrita por David Foenkinos ajustada en su extensión (192 páginas), sin caer en el resumen elemental ni en el análisis profundo. Entro además por primera vez en este elogiado autor francés, firmante de La delicadeza, confeso devoto de John Lennon y su grupo. Lo que ha hecho con este libro es jugar con truco y amar a la figura, al hombre. A modo de sesiones terapéuticas, Lennon repasa ante un psiquiatra imaginario casi de todo: infancia, juventud, abandono, música, éxito, drogas, fama, Beatles, Paul, Yoko, confusión, ruptura, soledad, rabia, leyenda, sufrimiento…

Nada es falso en Lennon, todo es real puesto en la pluma de una autor que entra en la mente de un personaje que conoce muy bien. Foenkinos reflexiona en el pellejo de Lennon, un tipo al que admira en su totalidad, cuando es brillante y cuando es malvado. Los defectos humanizan a un humano al que la fama perturbó después de la constante desilusión que había sufrido siendo un chaval. Lo odias cuando renuncia a atender a su primer hijo o cuando ignora al expulsado Pete Best; te indigna su dependencia de Yoko Ono; te compadeces cuando alcanza la satisfacción y sabes (él no) que le queda tan poco de vida.

Y recuerdas a The Beatles y su historia única, la de la vida misma que florece y se marchita.

lunes, 28 de abril de 2014

ABRIL, 2014


¿Nos interesan en realidad las vidas de los escritores cuando disfrutamos tanto de las historias que nos cuentan en tercera persona? ¿Qué les hace a ellos pensar que sí nos interesan tales actos de vanidad? Los escritores, los que son y los que de algún modo somos, son (somos) vanidosos por naturaleza. La vida hasta los 21 años que Patrick Modiano cuenta en Un pedigrí, en ese París flotante que se recuerda en el ensueño y se pierde, a mí no me interesa. La de Paul Auster hasta la misma edad, que recoge ese hombre adulto en su Informe del interior, a mí sí me interesa, aunque no haya nada extraordinario en el relato. Cuestión de gustos básicamente. Influye mucho, desde luego, el cómo se cuenta. Y ahí yo me decanto por la cercanía compartida de Auster.

La vida de Neil Young también me la sabía, pero me ha gustado descubrir cosas nuevas y en sus propias palabras, en sus memorias recién publicadas: El sueño de un hippie. Nada del otro mundo, pero entrañable, agradecido, sincero. Al menos eso parece. Y se disfruta si además el músico te gusta.

Dos obras cortitas en abril, no muy aconsejables: Todos los muertos tienen la misma piel (Boris Vian), zafia brutalidad racial (y además mal traducida por Edhasa). Lo que queda de nosotros (Michael Kimball), cruda confesión de la vejez, detallismo en carne viva que deja muy mal cuerpo.

Dicen (o publicitan) que El complot mongol (Rafael Bernal) inaugura el thriller policiaco mexicano, puede ser. Ágil y violento, cínico y despiadado. Pero su trama, lejos de enredarse, se evapora enseguida.

Y John Banville en su vertiente negra, a la que da el pseudónimo de Benjamin Black. Venganza, otra entrega de los casos del forense Quirke. La prosa elegante y descriptiva lleva de viaje a un Dublin de otro tiempo, pero el argumento flaquea sin dar lugar a la sorpresa. El Black más reciente promete mes y me espera para un próximo mes.

De postre, otra intriga, la de El gran festival de rock, pieza juvenil de la interminable obra de Jordi Sierra i Fabra. Amena y rápida, aunque facilona e improbable. Hasta el mes que viene.