Enfoquemos
la música que más nos gusta a través de un par de libros. Uno, historia
oral, cuenta en la voz de unos 250 testimonios el origen, el auge y el
modo en que se fue consumiendo la movida musical de Seattle en las
décadas de los ochenta y noventa, aquello que puso apellido (grunge) al
rock duro surgido de una lluviosa y anodina ciudad del noroeste de los
Estados Unidos. Otro, un híbrido de ensayo y memorias, ubica en la
aridez apartada de Dakota del Norte, anclada en las monótonas
tradiciones rurales, la pasión de su autor por el heavy metal de los
ochenta. Historia y sentimiento al servicio de rock.
Todo el mundo adora nuestra ciudad
es el laborioso resultado de recopilar entrevistas con recuerdos de
aquello que dio forma y sentido al rock de Seattle bautizado como
grunge. Aquí se explica por qué de allí creció una ola musical que captó
la atención de todo el mundo hasta que la burbuja de su popularidad y
la fiebre de su éxito estallaron para romperse en pedazos y causar daños
irreparables a la mayoría de los miembros de su comunidad. El
periodista Mark Yarm es su esmerado autor. Ante su grabadora
hablan componentes de bandas, promotores musicales, managers, críticos
musicales, amigos de músicos o novias para trazar una cronología
meticulosa de la gloria y el declive de los diversos protagonistas de
Seattle y de aquella movida en su conjunto, de Green River a Pearl Jam, de Mudhoney a Nirvana, de Tad a Screaming Trees...
A casi todos aquellos tipos les costó digerir que los focos los
apuntaran y que el desalmado circo del rock, con sus contratos
tramposos, sus caprichos, sus manipuladores sin escrúpulos y sus drogas,
les hiciera salir indemnes de la aventura.
Fargo Rock City es la reunión de entretenidísimas reflexiones de otro periodista, Chuck Klosterman,
sobre su devoción por el heavy metal desde que estudiaba Secundaria en
un pequeño pueblo donde la música era quizá la última de las
distracciones. Pero el pequeño Chuck quedó fascinado por aquellas
guitarras de fuego, el cuero apretado, los cardados imposibles, las
chicas de vicio en los videoclips y el grito de chulería que un amplio
puñado de bandas proferían para conquistar el mundo en los años ochenta.
Del glam rock al heavy metal, de Mötley Crüe a Iron Maiden, de Lita Ford a Ozzy Osbourne, de 1984 a Appetite for destruction.
Precisas y divertidas cada una de las reseñas, breves o largas, de los
álbumes y artistas mencionados, textos que dan en el clavo sobre la
huella que dejaron en el género músicos y álbumes y el peso (y la
justicia) que tuvieron en los resortes de la cultura musical.
Imprescindible libro para cualquier melómano, aunque no seas de los de
agitar la melena y abrir las piernas para tirarte a tu guitarra.
martes, 24 de marzo de 2020
lunes, 23 de marzo de 2020
¡ # ^ f*** ? !
"Y yo experimenté el gran consuelo (o es placer enorme acaso) de proponer lo que es imposible y se sabe que no va a ser aceptado: pues son justamente la imposibilidad conocida y la negativa cierta -el rechazo que hace sino esperar quien propone y toma la palabra antes- lo que permite no tener reservas y ser vehemente y mostrarse más seguro al expresar los deseos que si existiera el más mínimo riesgo de que fueran satisfechos".
¡Pero que c*** es esto!
Juro que he pasado varias veces por esta frase para seguir un orden y encontrarle un sentido, para no perderme entre lo que muestra y lo que esconde. Y no soy capaz. Me pasa por masoquista, aunque me lo he tomado con humor. Me prometí hace tiempo no caer en la tentación de tratar de perdonar a Javier Marías, pero rompí mi autopromesa y volví a desorientarme en sus laberintos de lengua y estilo. Esta vez no me cabreé, me lo planteé como un entretenimiento: enredarme en sus frases eternas, tropezar con sus constantes acotaciones y paréntesis, sus pensamientos encadenados sin interés, su presuntuosa técnica narrativa, el engolamiento de sus personajes... Todas las almas. Qué martirio.
¡Pero que c*** es esto!
Juro que he pasado varias veces por esta frase para seguir un orden y encontrarle un sentido, para no perderme entre lo que muestra y lo que esconde. Y no soy capaz. Me pasa por masoquista, aunque me lo he tomado con humor. Me prometí hace tiempo no caer en la tentación de tratar de perdonar a Javier Marías, pero rompí mi autopromesa y volví a desorientarme en sus laberintos de lengua y estilo. Esta vez no me cabreé, me lo planteé como un entretenimiento: enredarme en sus frases eternas, tropezar con sus constantes acotaciones y paréntesis, sus pensamientos encadenados sin interés, su presuntuosa técnica narrativa, el engolamiento de sus personajes... Todas las almas. Qué martirio.
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