lunes, 28 de octubre de 2019

REPORTAJES LITERARIOS

Hoy que apenas leemos (dicen, decimos), que entramos en los periódicos sin mancharnos los dedos de tinta, que vemos los titulares de prensa en las redes sociales de cada medio sin llegar a la explicación del subtítulo, que con la rueda del ratón o las yemas de los dedos invertimos uno o dos minutos en saber qué nos cuentan los diarios con el esfuerzo y la mecánica de sus trabajadores... reivindico el gran reportaje, esas piezas trabajadas y bien ilustradas que alimentan los suplementos del domingo, el reportaje largo con que nos deleitan publicaciones especializadas y que, lamentablemente, las prisas y urgencias de cada día nos impiden saborear con detenimiento y placer.

Hay libros que son grandes, extensos reportajes. Algunos son obra de autores con vocación y permanente espíritu periodísticos. El periodista de raza (hoy en extinción) divisa el libro-gran reportaje como el culmen de su carrera, una utopía genorosa, alcanzable, que le premia con una gloria perpetua o efímera no exenta del riesgo de causarle un ahogo. Algunos textos de Carrere, por ejemplo, son magistrales investigaciones periodísticas, aunque no lo parezcan. Y ahora paseo por los reportajes publicados hace 40 y 50 años por Tom Wolfe que reúne el libro Las Décadas Púrpuras, como hace un año lo hice por los turbulentos Ejércitos de la noche de Norman Mailer.

Ojo, que Wolfe, con todo ese prestigio y nombre que lo visten (como a su odiado Mailer), es un diablo esquivo, un mago desconcertante del lenguaje que juega a su capricho con lo que ve, oye, huele, siente e intuye como halcón sagaz que se echa encima de su presa. Wolfe mola pero agota, al tiempo que puedes reverenciar una ingeniosa observación, un mordaz ataques (magníficos sus ensayos La palabra pintada y ¿Quién teme al Bauhaus feroz?) maldices sus bromas y excesos. Es raro no quedarse en fuera de juego con sus juicios y visiones. Trabajó y vivió en la cumbre. Creo que conviene bajarlo unos peldaños, sin dejarlo desprovisto de sus impecables trajes.

lunes, 14 de octubre de 2019

REENCUENTRO CON MR. GREENE

El tercer hombre es una de las primeras lecturas que recuerdo. Era una de las primeras entregas de una colección de obras policiales y de suspense que cada semana tenía en el quiosco y me compraba mi madre, Círculo del Crimen. Cada título tenía unas pocas ilustraciones que te ayudaban a ponerte en situación y a entrar en el clima de lo que leías. Guardo en el trastero unas cien obras encuadernadas de aquella serie, de las que he leído algunas, no muchas la verdad, aunque pude descubrir a estimulantes autores como Le Carre, William Irish, Ross McDonald, Spillane o Georges Simenon. Con los años, volví a leer alguna vez a Graham Greene (Brighton Rock, El fin del romance), y ahora ha caído en mis manos, escondido entre tomos amarillentos en una librería de viejo, una recopilación de relatos del autor inglés de lo más interesante.

Bajo el título El ídolo caído y otros relatos se reúnen piezas singulares de Greene, unas extrañas e impredecibles, otras olvidables. Los temores a la oscuridad, nostálgicos recuerdos, misiones criminales, viejas películas clandestinas y surrealistas castigos fisiológicos sirven de escueto argumento de algunas de esas historias. El autor, del que acabaría viendo unas cuantas películas basadas en su obras (Nuestro hombre en La Habana y El americano impasible, entre ellas), posee, como muchos otros hábiles narradores británicos, la virtud de acomodarse en una especie de estilo sin estilo, una rara cualidad de otro tiempo que hace primar la naturalidad y el apego, sin renunciar a un sutil aura evocador.

domingo, 13 de octubre de 2019

LOS NOBEL Y YO

Sin imperativos, sin encomiendas, los premios Nobel de las letras me invitan a conocer, o a profundizar, o a descubrir. Y sigo, o renuncio, o confío, o descarto. Nadie obliga a nada. ¿Quién es Olga Tokarczuk? ¿Quién es Peter Handke? A la primera no la conozco. Al segundo sí: de no convencerme ha pasado a no gustarme, perdido en los grises laberintos de la incomunicación.

Un repaso personal. Una vez un amigo con el que comparto el vicio perdurable de la lectura me dijo que en realidad habíamos leído pocos premios Nobel; mi caso le da la razón: 112 autores y autoras han recibido el galardón desde 1901 y yo he leído al menos una obra de 26 (de Kipling a Handke), lo que representa solo el 23% de los premiados. Cuánto hemos leído y cuánto nos falta por leer.

John Steinbeck es el Nobel en el que más he profundizado, y también he entrado en unas cuantas obras de Faulkner, Thomas Mann, Ishiguro, Cela, Modiano, Alice Munro, Hesse y Vargas Llosa. Después de haber probado con un título de Heinrich Böll y Orhan Pamuk, volveré a ellos; pero me ha bastado uno de Toni Morrison y Doris Lessing para no volver a intentarlo. Y espero, algún día, conocer a Kertesz, Pasternak y Seanus Heany para descubrir nuevos mundos de historias y palabras.