jueves, 22 de noviembre de 2018

DESCUBRIR A CARTARESCU

Cuando repito con un autor que me gusta, aunque disfrute mucho de nuevo de su obra, de algún modo siento que me estoy perdiendo conocer la obra de otro que aún no he probado y merece tanto la pena. La lista es larga, pero conviene ser selectivos y apuntar bien o acertar con los descartes, porque ya sabemos que la vida es demasiado corta para descubrir a tantos autores. A Mircea Cartarescu le tenía ganas, y nunca había leído a un autor rumano, muy reconocido y admirado él, que, en este caso, trabaja la poesía, el ensayo, la novela y los relatos. He empezado quizá con la obra adecuada, una colección de veinte textos agrupados en el libro de precioso nombre El ojo castaño de nuestro amor, que publica en España la editorial Impedimenta, muy esmerada en cuidar bien a Cartarescu. Reflexiones, recuerdos, añoranzas y recreaciones se abren al mundo interior del autor y al entorno poético que lo envuelve y se pasean por el íntimo apego hacia las cosas, los detalles, los años robados de un país miserable y deprimente, la historia perdida y la imperiosa necesidad de escribir.

Yo creo que el logro de un libro está en esos momentos de resplandor extraordinario más allá de los cuales adivinas el espectáculo de una mente verdadera, de un hombre verdadero, de una inteligencia inagotable. 

Ser poeta, en Rumanía y en otras partes, significa ser capaz de ver la belleza allí donde nadie más la ve.

La normalidad, que para algunos nace por sí misma, es para nosotros [los rumanos] un milagro celestial. Resulta increíble todo lo que tenemos que luchar para conseguir un poco de normalidad.

Recordé que todos tenemos una isla sumergida en las profundidades de la mente y que la buscamos desesperados, como el diamante fundido de nuestro ser. Que nosotros mismos, y nuestro mundo, estamos profundamente hundidos en las aguas del tiempo y la memoria universales.

martes, 13 de noviembre de 2018

EN LAS ENTRAÑAS DE LA MISERIA HUMANA: WALLRAFF Y MAAS

La investigación periodística y el reportaje en profundidad son géneros informativos que encuentran en la novela un vehículo para ganar dimensión y propagar su alcance. El periodismo, en primera o tercera persona, se funde con la literatura (Mailer, Capote, Carrere, Talese, cuatro autores que, sin mucho pensar, me vienen a la mente) para producir en muchas ocasiones ejemplares obras de divulgación y reflexión. Este año he leído algunas. Me quedo con dos de las que más me impactaron. Por haber cavado hacia el fondo de la miseria y villanía de los hombres y retratar la supervivencia de la decencia en un mundo de cloacas.

Cabeza de turco es la conversión del periodista alemán Günter Wallraff en el turco Ali. Durante unos años, en la década de los ochenta, se transformó, con peluca, lentillas y adelgazamiento, en un inmigrante para trabajar en los peores trabajos posibles que entonces (y ahora) Alemania ofrecía a los de su condición y procedencia. Explotado, humillado, ignorado y mal pagado, el autor/intérprete relató la hipocresía social, política, cultural y religiosa de la que fue víctima solo por ser quién era (quien en realidad no era). El escalofriante testimonio desnuda la maldad desalmada de quienes ostentan el poder y el capital.

El periodista y autor Peter Maas es el biógrafo de Frank Serpico, el policía honrado que se vio introducido en un cuerpo policial deshonrado y corrupto en Nueva York entre finales de los años sesenta y comienzos de los setenta. Serpico, a quien dio vida en el cine Al Pacino en una magnífico film de Sidney Lumet, detalló a Maas las prácticas indecentes de sus compañeros a lo largo de los años, con las que se ganó un rechazo y enemistad que casi acaban con su vida antes de retirarse y refugiarse en el anonimato. Un elemento extraño de honor y corrección en un mundo sucio que hoy aún no ha limpiado sus manchas.