Acudo a ella
cada año, o casi. He leído la mitad de su obra. Sus tramas me encadenan con
fuerza y tardo en escapar de sus nudos después de cada desenlace. Sus retratos profundos
y precisos de la morbosidad humana proyectan reflejos de nuestros lados oscuros
que me producen escalofríos y me sonrojan. Patricia Highsmith es de mis autoras
favoritas. Su obra, su figura, su sello y su huella dejan en ridículo (con todo
el respeto) a no pocas escritoras (y escritores) surgida(o)s en los últimos
años bajo el siempre atractivo (y también decepcionante por encorsetado y
reiterativo) paraguas de la novela negra.
De tan negra
que es, negrísima, Patricia es malvada, cruel con sus personajes débiles y
despiadada con sus lectores. A sus ojos, bajo su pluma, la moral queda
enterrada por turbia finalidad de nuestros más radicales vicios. Este año he
vuelto a Tom Ripley y me he decidido por su presentación, allá por 1955: A pleno
sol, El talento de Mr. Ripley en su título original. Veía a Alain Delon y a
Matt Damon en sus versiones para el cine mientras me devoraban los engaños y
argucias de la trama urdida por el talento de Mrs. Highsmith. Maestra, dama y
reina negra inigualable. Creo que este año repetiré.