
La simpatía por
Zátopek, la Locomotora checa, la transmite Echenoz con un retrato conciso del
atleta, quizá algo carente de profundidad, aunque en absoluto reprochable, y
mediante un ejemplar ritmo narrativo, como si cada capítulo fuera una carrera
que avanza intensa y sin descanso hacia la línea de meta. También se gana el
lector el cariño por el personaje al prevalecer en el relato la pasión de Emil
por su deporte y quedar manifiesta su indiferencia hacia los regímenes políticos
de su tiempo. El país lo convirtió en coronel y en héroe nacional, pero cuando
se mostró partidario de la apertura de Checoslovaquia a las libertades que se
daban en la Europa occidental fue expulsado del partido comunista y del ejército
y humillado. Cuando lo único que pretendía era correr y correr.
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