sábado, 9 de julio de 2016

“EL ARDOR INGENUO DE LAS ALMAS SENCILLAS”

Los que lidiamos con las palabras una batalla permanente para hacernos entender bien, para dar en el clavo con los matices del mensaje, nos sobrecogemos cuando en las páginas de un libro que manoseamos en el parque las hojas nos ofrecen, con la precisión del matrimonio inquebrantable que forman uno o dos sustantivos con sus respectivos calificativos, las expresiones magníficas que nunca seríamos capaces de encontrar ni utilizar. Quiebros, trampas, misterios y magias del lenguaje.

En la descripción de los ritos que han definido la naturaleza de un lugar, la ciudad de Brujas, Stefan Zweig en sus viajes emplea “el ardor ingenuo de las almas sencillas” para referirse a la cualidad que es capaz de componer “la callada poesía de las cosas sagradas”. Sublime.

Yo llevo unas horas dándole vueltas al ardor y las almas, la ingenuidad y la sencillez, trasladando la extraordinaria combinación lingüística creada por el viajero Zweig a las innumerables acciones, actitudes y hábitos en los que somos capaces de incurrir los seres humanos.

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