sábado, 14 de diciembre de 2019

DUELO CON LA NOVELA NEGRA


Novela negra o policiaca. El curso de una investigación y su laberinto de misterios, las pistas falsas, dudosas verdades, secretos revelados, sospechosos de todo pelaje. El género tiene su encanto. Y su público adicto. Y sus fórmulas reconocibles, con clichés que exigen respeto y veracidad. Quizá sea fácil ser diestro en crear tramas y universos intrigantes, con sus ambientes sórdidos o seductores, pero no tanto articular acontecimientos y desenlaces verosímiles.


Me sorprende cuánto crece el mercado policiaco de la novela, con novedades frecuentes y colecciones crecientes en las editoriales, como se puede ver en las librerías. A lo largo del año leo algunas novelas negras, no muchas, admito; no consigo engancharme. Siempre hay algo que no me convence o no me encaja en la explotación de escenarios habituales y recurrentes: la personalidad del policía o detective, marcada por traumas o desgracias; la retorcida mente del criminal, muchas veces condicionado por las mismas razones que el policía; los secundarios arquetípicos para dar soporte a las rutinas de los actores principales, en ocasiones intrascendentes; el rebuscado factor sorpresa y la tendencia a convertirlo cada vez más en un rizo imposible.

Como ya se ha expuesto en este blog, su autor disfruta con Patricia Highsmith y Pierre Lemaitre, y a veces con Benjamin Black. No le ha cogido aún el truco a Fred Vargas, no le han gustado las incursiones que ha hecho en los ambientes de Jo Nesbo y John Connolly y tiene aún demasiados novelistas pendientes. Parece que va de sagas policiales la cosa. Ahora el autor le dedica unas líneas a la novela negra a propósito del libro El último barco, de Domingo Villar, que ha leído este año.


Aquí tenemos a otro detective en su tercer capítulo literario, recibido como un gran acontecimiento en el ámbito editorial, dado que Villar ha tardado varios años, casi diez, en recuperar a su investigador Leo Caldas para devolverlo a los brumosos misterios de las costas gallegas. La larga lectura de este libro (supera las 700 páginas) me ha proporcionado tanto entretenimiento como irritación. No puedo negar que la trama engancha y que el aparente misterio está bien vestido, y el autor se recrea en la bruma que lo envuelve. Pero Villar, demasiado apegado a su tierra y al litoral de la ría viguesa (y a la personalidad singular y entrañable de los gallegos), extiende la historia con continuos interrogatorios, idas y venidas cruzando el puente de Rande en el espacio de muy pocos días, la incursión de secundarios demasiado manidos (el vecino autista, el eminente doctor que duda de los métodos policiales, el mendigo erudito, la antigua amante) y pistas tramposas hasta llegar a un forzado desenlace pensado para atrapar al lector en paños menores. Vaya. Mantengo mis cuentas pendientes con la novela negra.

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