John Fante dictó su última novela, Sueños de Bunker Hill, a su esposa. La ceguera, consecuencia de una aguda diabetes, le impedía. La vida a oscuras mientras se consume. Me imagino a Fante y a su mujer en una habitación enmohecida, entre alcohol y medicamentos: él tumbado con las imágenes enterradas en el fondo de una mirada muerta, poniendo orden en el refugio de su creatividad a un mundo sin orden; ella, ajustándose las gafas al cambiar de línea en la máquina de escribir, consuelo y compañía incondicional en las últimas horas.
A mi espalda
una mujer mayor, con la voz limpia y la lectura indecisa de un niño, lee en voz
alta un artículo del periódico (¿o era de una revista divulgativa?) a su
hombre, apoyado en su hombro, el rostro cansado y desencajado en una arruga que
se esfuerza por comprender. En la cafetería no había más ruido que las llanas
palabras de la mujer que rebotaba en las paredes, la voz de un libro para quien
no puede leerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario